viernes, 19 de febrero de 2010


Sábado después de Ceniza.
San Lucas 5, 27-32


Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, sentado al telonio, y le dijo:
—Sígueme.
Y, dejadas todas las cosas, se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él. Había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y los fariseos y sus escribas empezaron a murmurar y a decir a los discípulos de Jesús:
—¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?
Y respondiendo Jesús les dijo:
—No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia.


Apenas habías terminado una actividad, Señor, comenzabas otra. Siempre con orden, con minuciosidad. Después de un asunto llegaba otro. No dejabas nada a la improvisación, aunque lo pareciera en ocasiones. En tu providencia todo fluía con orden y agilidad.
Aquella jornada saliste de casa como siempre. Las calles de las poblaciones de entonces, durante el día, estaban abarrotadas de personas. En general, las gentes conversaban en pequeños grupos. Tú, acaso, lo hacías con Pedro. No lo sabemos. El hecho es que, mientras avanzabais, “viste” a un publicano, de nombre Leví, que estaba sentado en su trabajo. Era recaudador de impuestos —oficio mal visto por el pueblo— y mirándole a los ojos, sin preámbulo alguno, le dijiste: “Sígueme”.
Y él, Leví, el publicano, “dejándolo todo”, te siguió. Quizás, de inmediato, cambiaste con El alguna palabra; quizás te dijo que hacía tiempo que te venía siguiendo; quizás Tú le dijiste que desde toda la eternidad te habías fijado en él y que desde siempre le conocías por su nombre; quizás él te contó sus antiguas preocupaciones y sus viejos temores; quizás Tú le manifestaste algún secreto y él a Ti los suyos. No lo sabemos.
Sí sabemos que Leví, para celebrar aquel encuentro, te invitó a comer a su casa días más tarde. En el banquete estaban publicanos, gente amiga, tus discípulos.
Los fariseos y escribas, días después, murmuraban del banquete y de la gente allí reunida. Y como no se atrevieran a decírtelo a Ti, ni a Leví, se lo comunicaron a tus discípulos.
Al enterarte Tú, Señor, les dijiste algo tan sencillo y tan de sentido común como esto: “no necesitan médico los que están sanos, sino los enfermos”.