domingo, 31 de octubre de 2010

SALA DE BANQUETES
TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T. O.
LUNES
SAN LUCAS 14, 12-14

CON SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.quierosersanto.com/qss/

Decía también al que le había invitado:
—Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos, y a ciegos; y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte. Se te recompensará en la resurrección de los justos.

La invitación a comer que se hacen mutuamente las personas es una muestra clara de la amistad entre ellas. Compartir mesa y mantel da pie a confidencias mutuas y afianzar lazos de amistad. A Ti, Señor, con frecuencia te invitaban tus amigos. Una veces, la invitación venía exigida por el agradecimiento de algún favor o deseo de iniciar una amistad; otras, eras Tú mismo el que planeabas el encuentro. Tal es el caso de Zaqueo.

En todos los encuentros, procurabas Tú, Señor, extraer alguna lección importante. Eran la ocasión propicia para enseñar modos de comportamiento; para enseñar maneras de vivir las exigencias de la Ley Antigua y, sobre todo, era el momento para anunciar el estilo de vida de quienes iban a ser tus discípulos o seguidores. Esta vez también aprovechaste la ocasión. Fue al final.

El banquete había terminado. Tus discípulos, que quizás también habían asistido a aquella comida, se habían retirado. Los criados de tu anfitrión habían terminado de recoger las cosas. En la sala estabais sólo los dos: Tú y tu anónimo amigo. Después del jolgorio de la comida, ahora cuando reinaba en la sala un tranquilo silencio, mirando a los ojos de tu amigo, con franqueza y claridad, le dijiste:

Querido amigo: cuando programes un banquete —cosa estu-penda— llama “a pobres, a tullidos, a cojos, a ciegos”, a gentes que no te puedan pagar. Si así lo haces serás bienaventurado; Dios te premiará aquí en la tierra en la vida futura con el banquete del Reino. No olvides, amigo, que esa es una excelente recompensa.

Poco antes le habías dicho: “si invitas a amigos, a hermanos, a parientes, a vecinos —cosa buena— ellos te devolverán la invitación y quedarás pagado. Al dar algo, al invitar a alguien, al preparar un banquete, hay que mirar primero la intención, hay que mirar primero al cielo de Dios, después al suelo de los hombres.

Señor, que procure tener rectitud de intención: que recuerde el consejo que diste a tu amigo, si actúas con desprendimiento y con generosidad, sin esperar nada en cambio, “serás bienaventurado”.















sábado, 30 de octubre de 2010

UNA REFLEXION SENCILLA

Jesús y Zaqueo
XXXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 19, 1-10


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=WCAEZwqsaNI

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quien era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era de bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
--Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
--Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor.
--Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús contestó: --Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Celebrábamos el domingo pasado el día del Domund. Domingo Mundial de la Propagación de la fe. Este año con el lema: “Queremos ver a Jesús”. El mismo deseo, que en su tiempo, manifestaron a Felipe, unos griegos llegados a Jerusalén para la celebración de la Pascua.

Hoy la liturgia de la Iglesia nos propone un episodio que tuvo lugar en Jericó mientras Jesús atravesaba la ciudad. Recordemos, brevemente, algunos de sus elementos.

En primer lugar, nos fijamos en Zaqueo, jefe de publicanos, hombre muy rico, pero pequeño de estatura. Este hombre, muestra deseos de ver a Jesús, y aprovecha la ocasión para poder verle, cuando Jesús pasa cerca de su casa. Pero como es pequeño de estatura –dice el texto-, se sube a un árbol (un sicómoro, una higuera) “para poder verle”.

Y el Señor, que conoce el interior del hombre, y antes de que Zaqueo le diga nada, levantando los ojos se dirige a él y le dice: Zaqueo, baja enseguida que quiero “hospedarme en tu casa”.

Y Zaqueo, feliz, entusiasmado, a pesar de las murmuraciones de quienes no acogían al Señor, y sin dejarse confundir ni turbar, bajando enseguida de la higuera le acogió en su casa.

Y allí, en un clima de amistad y de sinceridad, de confianza, Zaqueo le dice a Jesús: “Señor doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo”.

Y Jesús, que no se deja ganar en generosidad, corresponde con creces al gesto generoso de Zaqueo, y le dice: “Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

“Nosotros –se preguntaba Juan Pablo II, comentando este evangelio-, ¿queremos ver a Jesús?. Más concretamente: Yo, ¿quiero ver a Jesús? ¿Hago todo por verle? ¿o evito el encuentro con El? ¿Prefiero verle o prefiero que El no me vea?. Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero entonces verle de lejos, no acercándome ante sus ojos para no llamar la atención demasiado… para no tener que aceptar todo la verdad que hay en El, que proviene de El?

Son preguntas que la liturgia de hoy nos hace a cada uno de nosotros. Ojalá respondamos como Zaqueo: enseguida y con generosidad; con decisión y valentía; venciendo las dificultades interiores, nuestra pequeñez de espíritu; y venciendo las dificultades exteriores, de aversión y rechazo a las cosas de Dios, que hoy también se dan.

“No nos dejémonos fácilmente confundir y turbar, decía Juan Pablo II, por supuestas inspiraciones, ¿Por qué inspiraciones? Sencillamente por las “inspiraciones de este mundo”. Digámoslo con lenguaje de hoy: por una oleada de secularización e indiferencia respecto a los mayores valores divinos y humanos.

Renovemos la fe en Jesús, tengamos deseos de verle, de tratarle, de seguirle, de amarle. Esperemos en Él. Y no olvidemos sus palabras: que “el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Así sea.

viernes, 29 de octubre de 2010

UNA REFLEXION SENCILLA

LOS ULTIMOS ERÁN LOS PRIMEROS
TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 14, 7-11

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=41088

Les proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos, diciéndoles:
—Cuando alguien te invite a una boda, no vayas a sentarte en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que haya sido invitado por él, y al llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: “Cédele el sitio a éste”, y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. Porque todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado.

Invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos. Tú, Señor, aceptaste. Luego te acusarían de que comías con fariseos y pecadores, pero tu intención era otra, habías venido a salvar no a los justos, sino a los pecadores. Y una comida era un buen momento para hacer amistad, para dialogar, para deshacer dificultades, para contestar preguntas o plantear interrogantes.

Y, cuando todavía no habían llegado todos, aprovechaste para proponer una sencilla parábola a los que junto a Ti estaban sentados. Quizás sólo tus Apóstoles. El motivo te lo proporcionaron los invitados que al llegar, elegían los primeros puestos, es decir, los lugares más preferentes, mejores.

Es probable que hablaras en voz baja, que sólo te oyeran los más cercanos. En todo caso, les decías que no escogieran los primeros puestos, que quizás habría invitados con más motivos para estar en ellos; que sería vergonzoso tener que descender; que, al contrario, escogieran los últimos y, si era el caso, ya ascenderían y entonces quedaría muy bien ante los comensales.

Era toda una lección, Señor. Una lección transmitida de palabra, a través de una parábola. Una lección creíble y posible, porque Tú, Señor, la habías vivido antes y la seguías viviendo ahora, con tus obras. Eras el mayor y te ponías en último lugar; eras el más poderoso y servías; eras Dios y te habías abajado a ser hombre.

En aquella comida, Señor, terminaste con una sentencia hermosa: Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Ojalá aprendamos a humillarnos en cosas pequeñas y, si se tercia, en las grandes, para que podamos ser enaltecidos por Ti, Señor, en el banquete del Reino de los Cielos.

jueves, 28 de octubre de 2010

SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN LUCAS 14, 1-6

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.hijodedios.org/


Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos, ellos le estaban observando. Y resultó que delante de él un hombre hidrópico. Y tomando la palabra, les dijo Jesús a los doctores de la Ley y a los fariseos:
—¿Es lícito curar en sábado o no?
Pero ellos callaron. Y tomándolo, lo curó y lo despidió.
Y les dijo:
—¿Quién de vosotros, si se le cae al pozo un hijo o un buey, no lo saca enseguida en día de sábado?
Y no pudieron responderle a esto.

También entre los fariseos tenías amigos, Señor. En realidad Tú eras amigo de todos, también de los fariseos. Un día, uno de estos, te invitó a “comer a su casa”. Otros fariseos te estaban observando. A decir verdad, les tenías inquietos, preocupados. Habías desajustado sus formas de vida, sus enseñanzas, sus leyes. Estaban inquietos y te seguían con ganas de pillarte en algún renuncio.

Allí, delante de Ti, estaba un hombre hidrópico, un enfermo. Parecía un cebo para que picaras. Tú, que tanto querías a los enfermos y por los que te compadecías tan fácilmente, pues ¡hala!, un enfermo a tus pies.

Entonces Tú, Señor, con elegancia y majestuosidad, con el manto desplegado y tu semblante sereno y dominante, te dirigiste a los viejos doctores de la Ley y al grupo de los fariseos allí presentes y ¡zas!, ¿es lícito curar en sábado o no?

Les habías cogido una vez más con el pie cambiado. No supieron qué decir. Callaron. Quizás hubo alguna mueca sorda por lo bajo, o algún runrún acusador entre dientes, pero lo que se dice hablar, ni palabra. Todos callaron.

Tú, entonces, tomando la cabeza del enfermo entre tus manos, lo curaste. Quizás le diste algún consejo y una suave palmadita en la espalda. Y él te diría, sin duda, gracias. Y Tú, sin más, le despediste.

Luego, mirando despacio, con amor a los presentes, dijiste: ¿quién de vosotros, si se le cae al pozo un hijo, o un buey, no le saca enseguida el día de sábado? Nadie dijo nada. Es decir, no pudieron rebatir el argumento presentado por Ti, Señor. Estoy seguro que la comida fue muy entretenida.

miércoles, 27 de octubre de 2010


.... BAJO SUS ALAS

TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 13, 31-35

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=MG-KBDHtd-Q


En aquel momento se acercaron algunos fariseos diciéndole:
—Sal y aléjate de aquí, porque Herodes te quiere matar.
Y les dijo:
—Id a decir a ese zorro: “Mira: expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día acabo. Pero es necesario que yo siga mi camino hoy y mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”. »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! Mirad que vuestra casa se os va a quedar desierta. Os aseguro que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Señor, en el corazón del hombre, desde que Adán desobedeció el mandato de tu Padre Dios, anida un germen de maldad. Germen que se manifiesta en gritos de soberbia y en acciones de venganza. Soberbia contra el Creador y venganza contra sus criaturas. Es así desde el principio.

“En aquel momento se acercaron algunos fariseos” y te dijeron que salieras de allí, que te alejaras de aquellas tierras, que el rey Herodes quería acabar contigo: quería vengarse de Ti y terminar con tu vida. Herodes: prototipo del hombre alejado de Dios y borracho de venganza. Herodes: retrato del hombre enemigo de Dios.

Tú, Señor, agradeciendo a aquellos fariseos, al parecer amigos tuyos, les dijiste que comunicaran a Herodes —al malvado Herodes— que tenías poder para eludir sus golpes, para realizar si fuera necesario un milagro y para seguir tu camino y morir donde quisieras, cuando quisieras y como quisieras.

Revelador fue el sentido que diste a tu vida y a tu muerte. Copio del Catecismo de la Iglesia Católica: “Tú, Señor, aceptaste libremente tu pasión y tu muerte por amor a tu Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: Nadie Te quita la vida, Tú la das voluntariamente (Jn. 10,18). De aquí tu soberana libertad cuando Tú mismo Te encaminas hacia la muerte .

El fracaso de tu misión ante los judíos es sólo aparente, pues llegará el momento en que Te confiesen como el Mesías que iba a venir. Tú lo dijiste: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.


martes, 26 de octubre de 2010


PUERTA ANGOSTA

TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 13, 22-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=zE6hk0brOhU

Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo:
—Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les contestó:
—Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y os responderá: “No sé de dónde sois” . Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas”. Y os dirá: “No sé de dónde sois; apartaos de mi todos los servidores de la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

Te habías propuesto recorrer las principales ciudades y aldeas de Palestina y lo estabas consiguiendo. En todas las ciudades ense-ñabas que el Reino de Dios está dentro del hombre; lo mismo hacías en las aldeas más pequeñas. Y, como meta, Señor, de tu divino caminar, estaba Jerusalén. Allí, Tú lo sabías bien, estaba el final. En Jerusalén, por amor, entregarías tu vida por la salvación de todos. Pero, mientras llegabas a la ciudad santa, a la meta fijada por el Padre, había que seguir cumpliendo su voluntad: seguir hacia adelante.

En uno de esos viajes, mientras avanzabas por el camino o descansabas bajo la sombra de una higuera mientras reponías fuerza, “uno” te preguntó si eran pocos los que se salvan. Tú contestaste, como a veces solías hacer, de forma indirecta; dijiste: esforzaos para entrar por la puerta estrecha.

Tal vez, desde el lugar donde os encontrabais, podía verse una gran casa, con varias puertas anchas y otras estrechas; también varias ventanas grandes y pequeñas. Es posible que, mientras escuchaban tus palabras, todos mirasen una de las puertas estrechas. Fuera lo que fuera, quedaron afectados cuando te oyeron decir que lo triste, es no entrar, lo angustioso, quedarse fuera.

Y, a continuación, te despachaste de lo lindo. Y hablaste de que gentes escogidas, pueblos elegidos, personas íntimas que hasta comieron y bebieron contigo se quedarían fuera del Reino; y habrá llanto porque verán dentro a Abrahán, a Isaac, a Jacob y ellos se quedarán fuera. Y que otros de Oriente y Occidente llegarían a tiempo a sentarse a la mesa del Reino. ¡Llanto y crujir de dientes!

lunes, 25 de octubre de 2010

GRANOS DE MOSTAZA
TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 13, 18-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=22532

Y decía:
—¿A qué se parece el Reino de Dios y con qué lo compararé? Es como un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo echó en su huerto, y creció y llegó a ser un árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.
Y dijo también:
—¿Con qué compararé el Reino de Dios? Es como la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó todo.

Señor, te interesaba ayudar a los necesitados, curar a los enfermos y consolar a los tristes; te importaba que las gentes descansaran y se abastecieran de pan y de peces; pero lo que nunca se iba de tu cabeza, Señor, era dar a conocer la naturaleza del Reino de Dios, que habías iniciado aquí en la tierra y tendría su culminación en los cielos.

Y lo hacías de mil modos, pero la forma que más te gustaba utilizar era la parábola. En el uso de las parábolas eras verdaderamente un experto. Te salían bordadas, les dabas siempre un aire tan personal que eras un especialista. Tú lo sabías y otras personas te lo habían dicho, empezando por tus discípulos, amigos y gentes que te seguían.

Esta vez, utilizaste el grano de mostaza. Tal vez, junto a José, tu padre adoptivo, más de una vez quizás lo habrías plantado en el huerto de tu casa. Aún recordarías las alabanzas que echaba José a esa planta. En verdad, José se parecía a la mostaza. Dios le sembró pequeño, desconocido, humilde, luego creció y fue capaz de cobijar en sus manos fuertes como robles, nada más y nada menos que al Hijo de Dios.

Pues así es el Reino de Dios, como José, como la mostaza, pequeño, insignificante; pero luego crecerá tanto —Tú lo veías en lontananza con claridad—, que sus ramas serán enormes y en ellas anidarían millones de personas.

Y dijiste también: el Reino de los cielos es como la levadura que tomó una mujer. Y ahora, seguro, pensaste en tu madre, María, que con frecuencia mezclaría la levadura con medidas de harina, y ante el asombro de tus ojos de niño y la alegría de José, todo fermentaría en la artesa.

¡Cómo fermentaría con el paso de los tiempos tu palabra en la Iglesia! Y Tú, Señor, elevando ahora los ojos al cielo, dabas gracias a Dios Todopoderoso. Y yo ahora, también te doy gracias.

domingo, 24 de octubre de 2010

TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 13, 10-17

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Un sábado estaba enseñando en una de las Sinagogas. Y había allí una mujer poseída por un espíritu, enferma desde hacía dieciocho años, y estaba encorvada sin poder enderezarse de ningún modo. Al verla Jesús, la llamó y le dijo:
—Mujer, quedas libre de tu enfermedad.
Y le impuso las manos, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.
Tomando la palabra el jefe de la Sinagoga, indignado porque Jesús curaba en sábado, decía a la muchedumbre:
—Seis días para trabajar; venid, pues, en ellos a ser curados, y no en día de sábado.
El Señor le respondió:
—¡Hipócritas!, cualquiera de vosotros ¿no suelta del pesebre en sábado su buey o su asno y lo lleva a beber? Y a ésta que es hija de Abrahán, a la que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de esta atadura aun día de sábado? Y cuando decía esto, quedaban avergonzados todos sus adversarios, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.

Todos los días o, al menos, los sábados acudías a la Sinagoga. Ibas a rezar, a aprender, y también a enseñar. Hoy te contemplamos enseñando en una de ellas. Habría más o menos gente. Estarían tus discípulos y otros buenos cumplidores. Hombres y mujeres. Entre las mujeres, había allí una mujer poseída por el espíritu, enferma de tiempo, encorvada, en fin, hecha polvo.

Al verla, seguro, Señor, te dio lástima. Y, sin que mediara petición alguna, le dijiste: mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le pusiste sobre su cabeza las manos, se enderezó y glorificaba a Dios con todas sus fuerzas. ¡El milagro fue contemplado por todos los asistentes! ¡Se quedaron de piedra!

Mas el Jefe de la Sinagoga, ¡qué causalidad! salió por sus fueros. A Ti, Señor, no se atrevió a decirte nada. Pero a la muchedumbre le calentó la cabeza: que si había seis días para trabajar, que si no eran suficientes seis días, que acudiesen esos días, que tal y que cual. Y en vez de alabar a Dios por tal milagro, en vez de solidarizarse con aquella pobre enferma, lo que hizo fue: mangar una buena zapatiesta.

Tú, Señor, sacaste la caja de los truenos y dijiste: ¡Hipócritas! ¿No soltáis en sábado el buey y el asno a beber? ¿No es más importante esta mujer que ellos? Esta es hija de Abrahán, estaba atada de pies y manos por el enemigo durante tantos años, ¿no vale más que vuestros animales? ¿por qué no había que ayudarla en sábado a ser libre, a vivir a sus anchas, a disfrutar de la vida?

Al escuchar estas palabras, tus adversarios, Señor, quedaron avergonzados; los que te seguían se alegraron por esto y por todas las maravillas que hacías. Yo también me admiro y me alegro y canto a la libertad y a la esperanza.
 
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Cfr. S. Tomás de Aquino, Sup. Ev. Matt. in loc.

De dilig. Deo 1.1. Cfr. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, pág. 111.

sábado, 23 de octubre de 2010

EL FARISEO Y EL PUBLICANO
XXX DOINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C
 EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 9-14


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás:
-- Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

El domingo pasado el evangelio de San Lucas nos animaba a pedir con confianza e insistencia. Y nos ponía como ejemplo a aquella viuda que reclamaba justicia ante el juez injusto, “que ni temía ni a Dios ni a los hombres”.

Hoy la liturgia de la Iglesia nos ofrece una nueva característica de la oración: la humildad. Y lo hace a través de otra parábola: la parábola del fariseo y el publicano.

Aparecen en esta parábola dos personajes antitéticos: el primero es el representante de la pureza legal; el otro, de la injusticia y de la explotación del pueblo.

El primero, el fariseo, de pie, oraba con afectación y arrogancia: sólo él es justo, los demás son pecadores. Trata con desdén al publicano y formula un juicio temerario. Y termina su plegaria con una manifiesta alabanza de sí mismo: “Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo”.

Sin embargo, el publicano, se coloca lejos, se queda atrás, no se atreve a levantar la vista, se reconoce pecador. Y dice el texto, que el publicano volvió a su casa justificado.

Aprendamos pues a ser humildes ante Dios, a rezar con verdad y a no despreciar nunca a nadie.

Celebramos hoy la Jornada por la Evangelización de los Pueblos, el día Domund, este año con el lema: “Queremos ver a Jesús”.

Este lema está basado en la petición que algunos griegos, llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual, le presentan al apóstol Felipe y que recoge el evangelio de San Juan.

“La misma petición, escribe en su mensaje Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Misiones, resuena también en nuestro corazón en este mes de octubre: Queremos ver a Jesús.

En una sociedad, sigue diciendo el Papa Benedicto XVI, vive en la soledad y en la indiferencia preocupantes, los cristianos debemos a prender a ofrecer signos de esperanza y extender el Evangelio y, “sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometernos a hacer del planeta la casa de todos los pueblos”.

“Como lo peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes, no solo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús; que hagan resplandecer el rostro de Jesucristo en cada ángulo de la Tierra (…) “especialmente ante los jóvenes de todos los continentes, destinatarios privilegiados y sujetos activos del anuncio evangélico”.

Hoy es un día de oración y de reflexión, de evangelización, de colaboración y de esfuerzo .






viernes, 22 de octubre de 2010

LA HIGUERA
VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 13, 1-9

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo:
—¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? ¡No!, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente.
Les decía esta parábola:
—Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces le dijo al viñador: “Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?” “Pero él le respondió: “Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás”.

Tu andar, Señor, era ligero, presuroso, ágil. ¡Tenías tanto que hacer, que el tiempo te parecía siempre corto! Y aunque sabías, como nadie, que no se trata de correr mucho, sino de correr bien; que no se trata de hablar mucho, sino de hablar correctamente; siempre querías llegar a más, predicar a más, hacer más curaciones, excederte.

Una mañana, o quizás una tarde, te cogieron por su cuenta “unos” entendidos “que te contaban lo de los Galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios”. En el relato es probable que pusieran el corazón y el alma, y es casi seguro que Tú, Señor, los escuchabas con atención y gran interés.

Al acabar el relato, Tú, Señor, quisiste aclarar un poco más aquel suceso. Y les preguntaste: ¿pensáis que aquellos galileos que perecieron eran peores que los demás que no perecieron? No lo eran, os lo aseguro. Pero conviene arrepentirse para no caer en la misma condena. Y, a continuación, recordaste a aquellos sobre los que cayó la torre de Siloé; tampoco eran peores.

Y, por el contexto, parece que fue a continuación cuando dijiste, Señor, lo del hombre que tenía una higuera, de cómo fue a buscar higos y no los encontró; de cómo se había enfadado y mandó arrancarla; pero por intercesión del viñador quiso darle una nueva oportunidad; que él la cavaría, le echaría abono y que entonces da-ría fruto; y si no, que la cortase.

Parece que el dueño consintió en hacerlo así. Y esperó un año y otro año, un mes y otro mes esperó. Y una y otra vez acudió a buscar frutos; y una y otra vez, probablemente se encontró con la higuera vacía. Y cada año volvía a hacer los mismos propósitos de cuidarla y atenderla. Y otra vez lo mismo.

Fue así como la higuera se hizo vieja. Y un día, al fin, la cortaron, de su leña se hizo un buen fuego para calentar la habitación de la vida y un pequeño cuadro donde el dueño escribió: ¡Misericordia!


BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD

HOMENAJE A LOS AMIGOS
DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

jueves, 21 de octubre de 2010

... SALE UNA NUBE
VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

 VIERNES
SAN LUCAS 12, 54-59

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://video.google.com/videoplay?docid=-3610974470110018085#

Decía a las multitudes:
—Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: “Va a llover”, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: “Viene bochorno”, y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo?
»Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.

Señor, en tu afán de predicar, no perdías ocasión. Igual adoctrinabas a solas a cada uno de tus discípulos, como te dirigías a pequeños grupos que te seguían. A veces, muchas veces, hablabas a multitudes.

Esta vez, en efecto, te dirigías a las multitudes. Y les hablabas de nubes y ponientes; de lluvias y chaparrones; de bochorno y viento sur; es decir, les hablabas de cosas conocidas, de experiencias humanas, de constantes ambientales. Tú y ellos conocíais a la perfección estas cosas.

Y de repente, diste un salto. Hablaste de la vida. Venga, no seáis falsos, hipócritas, interpretad, descubrid los signos de los tiempos, igual que sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra, es decir, dad el salto a lo trascendente, a lo verdaderamente importante. Sed consecuentes, no seáis hipócritas, no uséis dos medidas.

“En tu queja, Señor, juegas con dos sentidos de la palabra tiempo: el meteorológico y el de las etapas de la salvación. Parece como si quienes te conocieron hubieran utilizado un doble tipo de razonamientos; uno con lógica, para juzgar las cosas terrenas y otro, ilógico, para juzgarte a ti, Señor.

“Los signos que mostraste, Señor —los milagros, tu vida y tu doctrina— serían suficientes para confesarte como Mesías. Sin embargo, aquellas gentes —y también nosotros— no siempre supieron, ni sabemos, corresponder” .

Terminaste, Señor, tus palabras dando un consejo práctico: procurad entenderos buenamente. No llevéis a nadie a juicio ni a jueces, ni a los alguaciles ni a los magistrados. Terminaréis en la cárcel y de allí no saldréis hasta pagar el último céntimo. Entenderos antes, mientras vais de camino.

Las multitudes te escuchaban. Te escuchamos nosotros. Haz que aprendamos tus lecciones de vida y de costumbres. Y luego, seamos consecuentes, huyamos de la hipocresía, de la doble vida.

miércoles, 20 de octubre de 2010

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 12, 49-53

CON UN SOLO GLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=B_FVMHnwBoA

»Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres, se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Aquel día, Señor, estabas especialmente contento. Tu rostro brillaba de forma especial. Tus ojos miraban con mirada profunda. Andabas más ligero que otros días. El manto te caía hasta el suelo con mayor elegancia que en otras jornadas. Hasta el viento era suave y ligero, la luz solar envolvía entre sus rayos las cosas.

Llegaste al lugar donde estábamos todos. Se hizo silencio. Nos sentamos. Los Apóstoles y nosotros, que allí estábamos todos. Tú, Señor, te pusiste de pie y comenzaste a decir: Fuego he venido a traer a la tierra.... y nos propusiste todo un programa de vida, tu propio programa.

Y lo hiciste todo de un tirón. El silencio se palpaba. Las miradas estaban todas dirigidas a Ti. Los ojos bien abiertos, tus palabras golpeaban nuestras almas. Las oímos con expectación y tremendamente emocionados. No entendimos todo. Ahora las vamos a leer de nuevo:

»Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres, se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Nadie se atrevió a preguntarte nada. Ni siquiera Pedro. Nosotros ahora te preguntamos por la última parte: lo del entrenamiento.

Tú sabías que Dios te había constituido signo de contradicción y que esta contradicción afectaría asimismo a sus discípulos. ¡Ya lo creo que afectó! Y afecta y afectará siempre. ¡Misterios de la fe! ¡Misterios!

martes, 19 de octubre de 2010


NO SABÉIS NI EL DIA NI LA HORA

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 12, 39-48

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=3xgrjsd---I

Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. Vosotros estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
Y le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
El Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente, a quien el amo pondrá al frente de su casa, para dar la ración adecuada a la hora debida? Dichoso aquel siervo a quien su amo cuando vuelva le encuentre obrando así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si ese siervo dijera en sus adentros: “Mi amo tarda en venir, y comenzase a golpear a los criados y criadas, a comer, a beber y emborracharse, llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. El siervo, que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos azo-tes; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán.

Esto de la vigilancia era importante. Por eso, Señor, seguiste insistiendo en el asunto. Ahora a propósito del dueño de una casa, hablaste a todos y a cada uno de los oyentes; nos hablaste a nosotros, personas de todos los tiempos; y nos dijiste que había que estar vigilantes, que sí, que era necesario.

Pedro, que te había oído con atención todo el discurso, se dirigió a Ti, Señor, y te dijo: ¿Esto va por nosotros o por todos? Pedro estaba seguro de que tanto él como los demás Apóstoles lo habían entendido, pero como Tú, Señor, insistías tanto, no acababa de saber a quién o a quiénes te dirigías, si a ellos o a todos. Por eso, preguntó.

Y Tú, Señor, que siempre tenías palabras de vida eterna, contestaste haciendo a tu vez otra pregunta. Más tarde, te explayaste contando las grandezas de un buen siervo; y la estupidez de un siervo haragán: del siervo que está enterado y del que es ignorante, y de la paga o castigo de cada uno; de lo recibido y de lo que se exigirá.

Pedro no preguntó más. Seguro que se enteró de todo, del sentido de tus palabras; de sus destinatarios, del premio o castigo. De lo contrario hubiera seguido preguntando.

Nosotros, tampoco te preguntamos, aunque sí te pedimos que nos ayudes para saber escucharte y, sobre todo, poner por obra tus enseñanzas; que nos decidamos a estar vigilando para así tener la suerte de ser premiados por Ti, Señor.

lunes, 18 de octubre de 2010

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 12, 35-38

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK 
http://video.google.com/videoplay?docid=-7537482264004045096#

»Tened ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, y estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así, dichosos ellos.

Y, entre los consejos que diste para tu seguimiento, está la exhortación a la vigilancia, a no bajar la guardia, a no descuidarse en ningún momento. El pueblo nómada estaba acostumbrado a vigilar durante el descanso, podían llegar fieras, rateros, enemigos. Se imponía la vigilancia, la atención, la guardia.

Y para eso, Señor, diste precisos consejos: llevad “ceñidas las cinturas, encendidas las lámparas, la atención despierta, siempre con la mano en el gatillo, con la llave en la cerradura, dispuestos a defenderse, dispuestos a abrir.

Dichoso —viniste a decir—, el que vigila, el que está atento, el que permanece en la brecha, el que no duerme, el que no se deja embaucar, el que está despierto. Será feliz cuando llegue el amo y lo abra; cuando llegue el enemigo y lo ausente, cuando llegue el amigo y lo reciba.

Dichoso —seguiste—, porque el amo se pondrá a servirle; el enemigo no hará daño, cuando llegue el amigo y se vea reconoci-do, cuando llegues Tú y nos reconozcas. ¡Merece la pena vigilar, estar atentos!

Y estar atentos, siempre, en la primera hora, en la segunda vigilia o en la tercera. Siempre. Ayúdanos, Señor, a preparar la torre, la atalaya; a escoger las flechas o el fusil; a mirar por el miradete del Castillo; a hacer la guardia; de día y de noche, a media tarde y al anochecer.

domingo, 17 de octubre de 2010

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 12, 13-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=mfY8_Dcx4Ho

Uno de entre la multitud le dijo:
—Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
Pero él le respondió:
—Hombre, ¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre vosotros?
Y añadió:
—Estad alerta y guardaos de toda avaricia; porque si alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee.
Y les propuso una parábola diciendo:
—Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. Y se puso a pensar para sus adentros: “¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha? Y se dijo: “Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios.

Una y otra vez, leemos en el Evangelio, Señor, que las gentes te seguían para escuchar tu palabra y también para pedirte favores, milagros, o simplemente solución a sus problemas. Esta vez es una multitud la que está reunida a tu alrededor. En una breve pausa de tu enseñanza, uno colocó su pregunta: “di a mi hermano que reparta la herencia conmigo”.

Tú, Señor, con rapidez y con autoridad le diste una respuesta llena de sentido común y de prudencia. Y, además, aprovechaste para instruir, no sólo a aquel “hombre” sino también a los que Te escuchaban, sobre un tema importante: el valor de los bienes materiales: el tener y el ser.

Y para que aquella enseñanza quedara más clara y mejor fijada en sus mentes, les propusiste, Señor, una parábola: la cosa iba de tierras y de frutos; de extraordinaria cosecha y de proyectos ambiciosos; de bienes y riquezas; de descansos y ambiciones; de comidas y bebidas; de juergas y placeres. ¡Toda una vida por delante!

Y también de juicio y de rendición de cuentas; de planes y realidades; de cuerpos y de almas; de vida presente y futura, de examen y sentencias. Toda una lección espiritual y eterna para hombres pegados a lo material y pasajero.

“El tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento en que se convierte en el bien supremo que le impide mirar más allá” .

Aquel hombre, Señor, se marchó quizás con su problema pero entendiendo que para solucionar esos casos había que acudir al juez o al encargado de repartir los bienes. Y nosotros aprendimos lo importante de mirar las cosas materiales con prudencia y equilibrio, teniendo los bienes materiales no como fines, sino como medios para conseguir una cosa mejor y permanente.

sábado, 16 de octubre de 2010

una viuda que solía decirle...
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 1-8

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://maps.google.com/

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -- Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."  Y el Señor respondió: -- Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Decíamos el domingo pasado que la fe es un don de Dios; que la fe es un regalo que Dios nos entrega gratuitamente para nuestra salvación; que había que pedir al Señor que nos aumente la fe.

La Palabra de Dios de este domingo, nos recuerda que debemos ser hombres y mujeres de oración; que la oración, fundamentada en la fe, debe ser constante, totalmente confiada, perseverante; que debemos orar sin desfallecer.

Tres son los ejemplos de vida de fe y de oración nos ofrece la Palabra de Dios de este domingo. De distinto rango y formación, pero los tres, claro ejemplo para nosotros.

El primero, nos lo ofrece la primera lectura: se trata de Moisés, orando en la cima del monte, con los brazos abiertos y empuñando el bastón.

El segundo, nos lo presenta San Pablo, en la segunda lectura, se trata de su discípulo Timoteo, que preparado para el encuentro con la fe de Cristo por su abuela Loide y su madre Eunice, dos entrañables y piadosas mujeres hebreas, llega a ser un hombre de fe y modelo de oración constante y confiada.

El tercer ejemplo, el mismo Jesús nos lo propone, en el evangelio que acabamos de proclamar, como modelo de oración constante, de súplica reiterada; se trata de la viuda que no deja de pedir al juez negligente hasta que éste le hace justicia y le concede lo que le pide.

Con estos ejemplos nos enseña la Palabra de Dios que la fe y perseverancia en la oración, obtiene siempre lo que pide, lo que ruega.

Ahora bien, para rezar auténticamente, para conseguir lo que se pide hay que tener una fe fuerte, como la tuvo Moisés, como la tuvo Timoteo, como la tuvo la viuda del evangelio; y, a la vez, un abandono confiado en Dios, como se expresa en los salmos y cánticos bíblicos, como lo expresa la oración más perfecta de todas: el Padre Nuestro.

Por tanto, fe en Dios y oración. La fe y la oración se relacionan e influyen mutuamente.

Quien deja de orar va dejando al mismo tiempo de confiar en Dios en cada circunstancia de la vida y se va quedando solo; y el don sobrenatural de la fe, fuerte quizás en otro tiempo, es sepultado por una nueva visión de la vida meramente humana o materialista. Y al final, quizás antes de lo esperado, “se vive, como nos advierte constantemente el Papa Benedicto XVI, como si Dios no existiera”.

Por otra parte, cuanto más fe tenemos, más acudimos a Dios. La fe es la causa de la oración. Acabamos de verlo en los 33 mineros chilenos. Porque tenían fe rezaron y porque rezaron no perdieron la fe.

Queridos hermanos, levantemos en alto nuestros brazos, como lo hizo Moisés, y pidamos cuanto necesitemos; conservemos la fe recibida de nuestros mayores, como Timoteo, y seamos siempre fieles a Dios; oremos como la viuda del Evangelio hasta alcanzar lo que pedimos.

Que Santa María, nuestra Madre, que creyó y oró como nadie, nos conceda la gracia de ser hombres y mujeres de fe; hombres y mujeres rezadores. Así sea.

viernes, 15 de octubre de 2010

EN LA SINAGOGA
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 12, 8-12

CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.pensarporlibre.blogspot.com/

»Os digo, pues: a todo el que me confiese delante los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue ante los hombres, será negado ante de los ángeles de Dios.
»A todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
»Cuando os lleven a las Sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo defenderos, o qué tenéis que decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir.

En tus predicaciones, Señor, no sólo enseñabas doctrina y marcabas comportamientos, también prometías premios y anunciabas tiempos venturosos. Aunque tus promesas iban siempre acompañadas de ciertas exigencias. Prometías, exigías y asegurabas.

Señor, fuiste especialmente claro: a todo el que me confiese delante de los hombres, el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. Una exigencia y una promesa. Una exigencia transitoria —en la tierra— y una promesa eterna —en los cielos—. ¡Merece la pena!

Pero también anunciaste lo contrario. El que me niegue será también negado. ¡Cuánto debió costarte decir esto último! ¡Cuánta pena pensando en las posibles negaciones! Pero no tembló tu voz. Pronunciaste lo último con el mismo aplomo que lo primero.

Y, como queriendo profundizar más en la cuestión, hablaste de ir en contra del Hijo, de ir en contra del Espíritu Santo. Los discí-pulos se quedaron “pasmados” y yo también me quedo pasmado ahora. Y te miro, Señor, despacio y te digo: que nunca nadie se ponga contra Ti, ni contra el Espíritu.

Tan pasmados quedaron “los tuyos” y tan pasmados estamos nosotros, que tuviste que echarnos un capote, echarnos una mano: no os preocupéis de defenderos, el Espíritu Santo os enseñará a contestar justamente.

Exigencias y promesas, peticiones y premios; en medio nuestras vidas; unas más cortas, otras más largas, más simples o más complicadas, pero siempre seguras si estamos a tu lado; si vivimos a tu sombra.

jueves, 14 de octubre de 2010

AL SERVICIO DE LA PALABRA

AL SERVICIO DE LA PALABRA
¿No se venden cinco pajarillo
por dos ases?
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANADELT. O.

VIERNES
SAN LUCAS 12, 1-7

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=djwIe4u4npk

En esto, habiéndose reunido una muchedumbre de miles de personas, hasta atropellarse unos a otros, comenzó a decir sobre todo a sus discí-pulos:
—Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados.
»A vosotros, amigos míos, os digo: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quién habéis de temer: temed al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno. Sí, os digo: temed a éste. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno sólo de ellos queda olvidado ante Dios. Aún más, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos.

Señor, siempre que salías a predicar, la gente te escuchaba. No transcurría mucho tiempo y estabas rodeado de gentes. En ocasiones eran multitudes. Esta vez, se había congregado junto a Ti una muchedumbre de miles de personas. Tantos eran que se molestaban unos a otros. A todos quizás no les llegaba tu voz clara, nítida y precisa.

Quizás por eso, Tú, Señor, ante la dificultad de que todos te oyesen, comenzaste a decir a tus discípulos lo que deseabas aprendieran todos.

Guardaros de la hipocresía; todo ha de saberse; todo saldrá a la luz; todo al final será conocido. Quizás la gente no oyó bien tu mensaje. Tus discípulos sí. Y por eso, quizás, se asustaron, se llenaron de pena, comenzaron a preocuparse.

Y Tú, Señor, seguiste: no tengáis miedo. Hay enemigos y enemigos. Temed a los que matan el alma. Temed a los que arruinan el espíritu; temed a ésos. Pero no tengáis miedo de los demás. Mi Padre cuidará de vosotros.

No olvidéis que mi Padre se preocupa de todo, cuida de todo, de los pajarillos, de los animales indefensos; de los cabellos de la cabeza, de las cosas más insignificantes. ¡Cuánto más se cuidará de vosotros!

miércoles, 13 de octubre de 2010

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 11, 47-54

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://alserdelapalabra.blogspot.com/

¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y Apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas, derra-mada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la san-gre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la sabiduría! Vosotros no habéis entrado y a los que querían entrar se lo habéis impedido. Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con furia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, acechándole para cazarle en alguna palabra.

Seguiste, Señor, con tus “ayes” de lástima y pena. Eran ayes a casos conocidos por todos: edificar mausoleos para profetas ajusticiados; unos hacen obras, otros aplican el castigo. Y esto, Señor, te dolía, por eso lo denunciabas.

El tema de los profetas era un asunto peliagudo. Hasta la sabiduría de Dios lo había recogido en su historia: “les enviaré profetas y Apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo”. ¡La sabiduría de Dios!

¡Ay de los que os habéis apoderado de las llaves de la sabiduría! Tú, Señor, te detienes en señalar tres consecuencias de esa actitud: puede llevar a los demás a transgredir las leyes sin saberlo, e incluso a la muerte de los justos; y puede hacer imposible la salvación .

Cuando terminaste, Señor, saliste de allí, vinieron los ataques. Los de siempre: los escribas y los fariseos: que si eras muy duro, que si ya estaba bien de tanto atacar, que haber cómo respondías a las preguntas que te iban a formular...

Y ellos —los de siempre, los escribas y fariseos— comenzaron a atacarte, con furia y desdén; y comenzaron a acosarte a preguntas sobre muchas cosas; toda su ilusión era cazarte en alguna palabra, para poder acusarte y más tarde condenarte.

martes, 12 de octubre de 2010

¡AY DE VOSOTROS....!
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DELT. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 11, 42-46

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.youtube.com/watch?v=19ZZXCa39kQ

Pero, ¡ay de vosotros, fariseos, porque pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, pero despreciáis la justicia y el amor de Dios! ¡Hay que hacer esto sin descuidar lo otro! ¡Ay de vosotros, fariseos, porque apetecéis los primeros asientos en las Sinagogas y que os saluden en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros disimulados, sobre los que pasan los hombres sin saberlo!
Entonces, cierto doctor de la Ley, tomando la palabra, le replica:
—Maestro, diciendo tales cosas, nos ofendes también a nosotros.
Pero el dijo:
—¡Ay también de vosotros, los doctores de la ley, porque imponéis a los hombres cargas insoportables, pero vosotros ni con uno de vuestros dedos las tocáis!

Aunque no con mucha frecuencia, a veces salieron de tu boca duros reproches. Muchos de ellos dirigidos a escribas y a fariseos. Hoy acabamos de recordar algunos. Son esos reproches que comienzan con un ¡ay! quejumbroso o dolorido. Esos ¡ayes! llenos de fuerza y esperanza.

Se trataba de hacer pequeños pagos: el diezmo de la menta, de la ruda, de las legumbres. Quizás había que hacerlo, pero sin olvidar la justicia y el amor a Dios. Lo de siempre: o esto o aquello; cuando de lo que se trata es de esto y aquello. No me extraña, Señor, que te salieran suspiros de condena.

O los ¡ayes! de los primeros puestos o de los saludos en las plazas. Tú, Señor, que habías venido a servir no a ser servido; Tú que habías venido a curar más que a ser aplaudido; te entiendo que condenes las aspiraciones egoístas.

Y creciste, Señor, en los lamentos: sepulcros disimulados; camuflaje de hojas; trapacería y comedia; máscaras y fachadas; maquillaje y cartón. Más claro, Señor, imposible. Y, a pesar de tantos avisos, nosotros sin enterarnos. Y tantos sin oír tus ayes y lamentos.

Aunque sí, alguien te oyó y se dio por enterado, pero no para cambiar, sino para irritarse. Como aquel doctor de la Ley, que con voz hueca y profunda, te replicó: “Maestro, diciendo tales cosas nos ofendes también a nosotros”.

Y Tú: “ay también de vosotros”, los doctores de la Ley. Mucho hablar y poco hacer; mucho predicar y poco dar trigo, mucha palabra pero ni mover un dedo a favor de los demás. ¡Ay de vosotros!

lunes, 11 de octubre de 2010

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.
MARTES
SAN LUCAS 11, 37-41

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=49YMDD8tXfU&feature=related

Cuando terminó de hablar, cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. Entró y se puso a la mesa. El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida. Pero el Señor le dijo:
—Así que vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de carroña y maldad. ¡Insensatos!, ¿Acaso quien hizo lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? Dad, más bien, limosna de lo que guardáis dentro y así todo quedará purificado para vosotros.

Cada vez eran más los que te seguían. Acudían a escucharte gentes de todas las clases y condiciones. Además de las gentes sencillas, llegaban a oírte escribas y fariseos. Allí, a tu alrededor, se colocaban unos y otros y Tú enseñabas la Buena Nueva. Esta vez, cuando terminaste de hablar, “cierto fariseo te rogó que comieras en su casa”. ¿Era una manera de agradecer tus palabras o un modo de cogerte en alguna contradicción? No lo sabemos.

Tú, Señor, aceptaste la invitación. Poco después, llegaste a la vivienda de aquel fariseo, entraste en su interior y te pusiste a la mesa. Parece que otros convidados habían llegado antes y, como era costumbre, se habían lavado las manos antes de sentarse a comer. Tú, Señor, en cambio no te lavaste. Y aquel fariseo “se quedó extrañado”, pero no te dijo nada.

Tú, Señor, sí hablaste. Y hablaste con severidad. Algunos dicen que este pasaje es “uno de los más severos del Evangelio”. En efecto, en él “desenmascaraste de modo vehemente el vicio por el que el judaísmo oficial se opuso con más fuerza a la aceptación de tu doctrina: la hipocresía revestida de legalismo.

Hay gentes que, so capa de bien, cumpliendo la mera letra de los preceptos, no cumplen su espíritu; no se abren al amor de Dios y del prójimo, y, bajo la apariencia de honorabilidad, apartan a los hombres del verdadero fervor, haciendo intolerable la virtud” .

Y hablaste claro. Hablaste de la limpieza exterior y de la limpieza interior; del origen de ambas realidades que no es otro que el amor creador de Dios; de la necesidad de ser generosos; de vivir la coherencia, de seguir la ley de Dios en su unidad.

Hazme, Señor, buen escuchador de tu Palabra, y, sobre todo, fiel cumplidor de ella. Que no me limite a escuchar tu mensaje sino que trate de vivirlo. Que cuide de la limpieza exterior pero que esa limpieza esté fundamentada en la limpieza interna. Que lave mis manos y que lave mi alma.