MEMENTO HOMO...
Camina siempre acompañada de un cuidador de enfermos. Ella es una mujer anciana. Hace un año,
poco más o menos, al salir de la Iglesia, sufrió un golpe de una silla de
ruedas. El golpe fue tan fuerte, que le produjo una herida que, después de
tanto tiempo, aún no ha se acabado de curar.
Y no es que la mujer se haya abandonado, no.
Con frecuencia, acude al médico o a la enfermera. Yo la he visto muchas veces. Y
siempre me dice lo mismo: “Aún sigo con el asunto. Que mala suerte la que tuve
aquel día. Pero que lo vamos a hacer, paciencia”.
Ayer la volví a ver. Lucía el sol. Hacía frío.
La señora iba bien abrigada. Como siempre le llevaba del brazo el señor que la
saca a pasear y que le acompaña al médico y a otros menesteres. Nos saludamos,
sin más. Esta vez, no comentamos nada de la herida ni del médico, pero observé
que aún llevaba la pierna vendada.
Si traigo hoy a la palestra esta sencilla vivencia,
es porque me fijé en el cambio que ha sufrido esta mujer. Se ha encogido su
cuerpo. No parece la misma. Ha disminuido notablemente.
Y es que el tiempo nos
gasta y nos desgasta. Nos oprime y nos comprime. Nos coloca en nuestro sitio. Y me acordé de lo que dice la liturgia el miércoles de ceniza: “Acuérdate, hombre, que polvo eres y que al polvo
volverás”.
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