lunes, 6 de septiembre de 2010

JESÚS LLAM A A SUS APÓSTOLES









VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 6, 12-19

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En aquellos días salió al monte a orar y pasó toda la noche en oración a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y de entre ellos eligió a doce, a los que denominó Apóstoles: a Simón, a quien también llamó Pedro, y a su hermano Andrés, a Santiago, a Juan, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Santiago de Alfeo, a Simón, llamado Zelotes, a Judas de Santiago y a Judas Iscariote, que fue el traidor.
Bajando con ellos, se detuvo en un lugar llano. Y había una multitud de sus discípulos, y una gran muchedumbre del pueblo procedente de toda Judea y de Jerusalén, y del litoral de Tiro y Sidón, que vinieron a oírle y a ser curados de sus enfermedades. Y los que estaban atormentados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la multitud intentaba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Además de predicar y enseñar la Buena Noticia a tus discípulos y a las gentes que te seguían, de vez en cuando te escapabas al monte a orar, y allí pasabas largos ratos, y a veces incluso permanecías en aquel lugar toda la noche en oración. Testigos eran las estrellas y el firmamento; quizás también algunos animales transeúntes y los árboles cercanos.

¡Toda la noche en oración! Y al amanecer volviste al trabajo apostólico programado. Llamaste a tus discípulos. Tenías algo que comunicarles. De entre ellos elegiste a doce: los llamaste por su nombre ¡Cómo sonarían allí, aquellos nombres pronunciados por Ti, Señor! ¡Qué emoción al verse elegidos! ¡También qué responsabilidad!

Y los doce elegidos te dijeron: aquí estoy Señor, porque me has llamado. Aquí estoy dispuesto a seguirte. Y tal vez, poco después, uno por uno pasaron junto a Ti, Señor, a hablar contigo y te dirían: gracias por escogerme, no me dejes nunca; espero de Ti fuerza y ayuda.

Más abajo, en el llano, se juntó “una gran multitud, mucha gente procedente de Judea, Jerusalén, de Tiro y de Sidón”. ¡Una maravilla! Venían con ganas de oírte y de ser curados de sus enfermedades, de ser liberados del mal.

Todos deseaban llegar hasta Ti, Señor. Todos querían poner sus manos sobre Ti o que Tú pusieras las tuyas sobre ellos. Habían descubierto que salía de Ti una fuerza que sanaba a todos.

Después de veinte siglos acudo a Ti, Señor y te pido que hagas de las tuyas.