domingo, 21 de febrero de 2010




Primera Semana de Cuaresma
LUNES
San Mateo 25, 31-46


»Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Entonces le responderán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o en la cárcel y vinimos a verte? Y el Rey, en respuesta, les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis. Entonces dirá a los que estén a la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». Entonces le replicarán también ellos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos?” Entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna”.

La vida del hombre sobre la tierra es corta. El que llega a los cien años es una excepción. El resto de los humanos se queda por debajo. La media de edad ha ido cambiando a lo largo de la historia de la humanidad. Quizás ahora, estamos en la cresta de la ola. No obstante, a pesar de la brevedad, la vida del hombre es importante desde el principio hasta el fin. Y quizás lo más importante sea el fin, el momento del juicio, de la sentencia.

Tú, Señor, lo sabías, Por eso, en tu predicación, nos presentaste “con toda grandiosidad” la doctrina sobre el Juicio Final de la humanidad. Y lo hiciste con una parábola que hablaba de vigilancia, rendimiento y sentencias.

“Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 678—.

Todo un espectáculo: Conductas generosas enterradas en el anonimato del tiempo saldrán a la luz y serán premiadas; acciones insignificantes y orilladas por las medidas humanas, serán magnificadas por la vara de Dios; y a la contra, vidas rodeadas de aplausos y de boato, serán colocadas en su puesto justo; trabajos premiados, serán aniquilados; torres gigantes, caerán por los suelos. ¡Todo un espectáculo de luminosidad y justicia!

“La parábola revela también las dimensiones de amor de Dios en la vida terrena. “Acá solas estas dos que nos pide el Señor; amor de Su Majestad y del prójimo; es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad (...). La más cierta señal que —a mi parecer— guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber (aunque hay indicios grandes para entender que le amamos), mas el amor del prójimo, sí”.

Y continua: “Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos a el prójimo, hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar”. (Santa Teresa de Jesús, Morad. 5, 3.7-8)[1].

Haz, Señor, que aquel día sea luz y alegría, felicidad y bienaventuranza para todos. Y que la Vida, después de esta vida, sea Vida eterna.

[1] Cfr. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, págs. 122-123.