sábado, 10 de enero de 2015

VIEJOS ESCRITOS


Y ME HABLÓ LA MADERA 


Por la tarde volví al templo. 

Tres jóvenes que se cruzaron por el camino me dijeron adiós. Desde el balcón de una casa me saludó su dueño. Un perro flaco pasó junto a mí y me ladró dos veces. Las hierbas de los jardines habían perdido el color verde intenso. Un coche color rojo salió del lugar donde estaba aparcado y me saludó con dos pitidos.

Abrí la puerta de la iglesia. 

 Un olor a barniz fuerte llegó a mis narices. Las luces del presbiterio estaban encendidas. Un tercio del andamio resistía de pié. Al parecer la restauración del retablo estaba llegando a su fin. 

Me arrodillé unos instantes. Saludé al Señor que oculto nos espera en el Sagrario. Para mi el Sagrario es el centro de la iglesia. Una lamparilla eléctrica nos señala que el Jesús, el Hijo de Dios, está allí presenté, sacramentalmente, pero con su Cuerpo, y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad.

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