DESDE MI VENTANA
Hoy me voy un poco más allá. Me meto con la vista en la parcela sembrada da maíces. Es más grande que mi pequeño y vecino jardín. Y menos mía. Quizá cuarenta veces más grande. La parcela está cercada por una fuerte alambrada, amarrada a trozos gruesos de madera. Así es muy difícil que entren animales a estropear los maíces. Solo las urracas sobrevuelan por encima y canturrean aburridas.
La parcela de maíces por la parte derecha limita con la carretera, por cierto bastante transcurrida; por la parte izquierda, no puedo calcular hasta donde llega, ya que desde mi observatorio no acierto a ver el final. Por eso, las dimensiones arriba apuntadas, pueden ser mucho mayores.
En todo caso el campo está frondoso, con vitalidad y si sigue así esperanza de una excelente cosecha. Así las cosas, todo normal, pero si pensamos un poco, se adivina un gran trabajo anterior y un fuerte esfuerzo de lo que aún queda por hacer.
Hagamos un breve resumen: Ha habido que preparar la tierra, que comprar y seleccionar la semilla; después ha habido que sembrarla, más tarde cuidarla con abonos y eficaces herbicidas; luego contar con la lluvia que cae del cielo y con el sol y el aire que aparecen de vez en cuando.
Y más tarde, lo que venga: nuevos cuidados, apechar ante riesgos imprevistos; trabajar cuando llegue la cosechas, vender el producto si se puede y al final, el premio.
Cambiando de campo y de cosecha, algo parecido pasa en la vida de los hombres: se prepara parcela de la vida, se siembran las virtudes, se ruega la ayuda del cielo y después, la cosecha. También hay que proteger el alma con cercas fuertes y seguras, para evitar que entren las raposas y los pajarracos a comer la viña. Así, es muy difícil que anide en nuestra cabeza la tristeza.
Hoy me voy un poco más allá. Me meto con la vista en la parcela sembrada da maíces. Es más grande que mi pequeño y vecino jardín. Y menos mía. Quizá cuarenta veces más grande. La parcela está cercada por una fuerte alambrada, amarrada a trozos gruesos de madera. Así es muy difícil que entren animales a estropear los maíces. Solo las urracas sobrevuelan por encima y canturrean aburridas.
La parcela de maíces por la parte derecha limita con la carretera, por cierto bastante transcurrida; por la parte izquierda, no puedo calcular hasta donde llega, ya que desde mi observatorio no acierto a ver el final. Por eso, las dimensiones arriba apuntadas, pueden ser mucho mayores.
En todo caso el campo está frondoso, con vitalidad y si sigue así esperanza de una excelente cosecha. Así las cosas, todo normal, pero si pensamos un poco, se adivina un gran trabajo anterior y un fuerte esfuerzo de lo que aún queda por hacer.
Hagamos un breve resumen: Ha habido que preparar la tierra, que comprar y seleccionar la semilla; después ha habido que sembrarla, más tarde cuidarla con abonos y eficaces herbicidas; luego contar con la lluvia que cae del cielo y con el sol y el aire que aparecen de vez en cuando.
Y más tarde, lo que venga: nuevos cuidados, apechar ante riesgos imprevistos; trabajar cuando llegue la cosechas, vender el producto si se puede y al final, el premio.
Cambiando de campo y de cosecha, algo parecido pasa en la vida de los hombres: se prepara parcela de la vida, se siembran las virtudes, se ruega la ayuda del cielo y después, la cosecha. También hay que proteger el alma con cercas fuertes y seguras, para evitar que entren las raposas y los pajarracos a comer la viña. Así, es muy difícil que anide en nuestra cabeza la tristeza.