VENI
CREATOR SPIRITUS
Con los acordes del órgano y las luces del
templo encendidas, se inició la procesión hacia el altar. Iba en primer lugar,
la cruz parroquial, detrás el turiferario, luego el párroco, diácono y subdiácono;
en último lugar, el misacantano.
Genuflexión en la parte baja del presbiterio.
Todos con solemnidad, subimos al altar, entonces todavía adosado a la pared. A
una indicación del párroco, que hacía de maestro de ceremonias, entoné el Veni
Creator Spiritus. Lo debí de hacer con tal unción y fervor, que me lo han
recordado, con agrado, muchas veces.
Después siguió la Misa. Todo en latín, por
supuesto. La homilía estuvo a cargo de un profesor del Seminario. Apenas recuerdo
su contenido: habló del don del sacerdocio, de la misión del sacerdote, de una
vida al servicio de los demás, de la alegría de ese día, del gozo en la
familia, del orgullo del pueblo. En el coro cantaron los
seminaristas del pueblo y compañeros venidos de fuera. El templo estaba lleno
de gente.
Al final de la Misa, se inició el besamanos.
Sentado en un elegante sillón, mirando al público, estaba el misacantano, A su
lado los padrinos. El pueblo entero de
Villasarracino pasó a besar mis manos consagradas y darme la enhorabuena.
Yo en recompensa les entregué un recordatorio,
donde figuraban mi nombre y fechas de ordenación y primera misa, los nombres de
los padres y padrinos y también los nombres de mis primos que acaban de hacer
su primera Comunión.
Terminada la fiesta religiosa, volvimos de
nuevo a la casa. Otra vez los arcos, otra vez las canciones de los jóvenes,
otra vez el sonido de campanas.
Ya en la casa, refresco para todos.