DESDE BARRUELO CON ESPECIAL AGRADECIMIENTO
Con el presente escrito, finalizo la serie que he dedicado al periodo de mi primer nombramiento, como
Capellán de Minas de Barruelo de Santullán y Coadjutor de la Parroquia de Santo
Tomás, Apóstol, de la misma población.
Fueron catorce meses, llenos de actividad sacerdotal y servicio pastoral intenso. Meses, sin duda
ninguna, que han dejado en mí una huella positiva, un recuerdo inolvidable.
A vivir con intensidad aquellos meses, me ayudaron además de mi familia: padres y hermanos, feligreses asiduos a
la parroquia, sacerdotes, seminaristas.
De modo especial, me veo obligado a citar al Párroco de Barruelo, Don Manuel Palacios, del que tantas cosas buenas aprendí; de Moisés Relea, compañero de curso y Coadjutor, con quien compartí tiempo e ilusiones.
De modo especial, me veo obligado a citar al Párroco de Barruelo, Don Manuel Palacios, del que tantas cosas buenas aprendí; de Moisés Relea, compañero de curso y Coadjutor, con quien compartí tiempo e ilusiones.
No puedo olvidarme de las Hermanas de la
Caridad, de los Hermanos Maristas, de cuantos colaboraban de modo cercano con
los apostolados de la Parroquia, de los buenos mineros con los que pasé tan buenos
ratos.
Recuerdo con cariño a Don Fernando, Director de la Academia, al médico de la empresa, al practicante, a los maestros de Escuela, a los carteros, a los dueños del hotel Navamuel y a cuantos se rozaron conmigo, por diferentes cuestiones.
Y recuerdo de modo especial a los sacerdotes de los
pueblos limítrofes a Barruelo: Don Andrés, venerable sacerdote de Porquera; Don Higinio, extraordinario propagador de la Virgen del Carmen, Don Teodoro Mayo, ejemplar párroco en
Vallejo de Orbó, Don José Antonio Abad, sacerdote ordenado y culto y párroco
de Cillamayor, y de todos los demás sacerdotes, cuyos nombres, por brevedad, me veo obligado a omitir. A todos muchas gracias.