MISA EN EL SANTUARIO
DEL CARMEN, HACE CINCUENTA AÑOS
Celebré mi
primera Misa en la capilla de las monjas de Barruelo. Entonces, como estaba
prescrito, todo en latín. Desde “In nomine Patris”, hasta el “ite missa est”.
No sé si las monjas entenderían mucho latín, pero lo que si sé es que vivían la
Misa.
La limpieza
de las vestiduras sagradas, el valor de los vasos sagrados, la blancura manteles,
purificadores, manutergios, era una señal clara de que aquellas mujeres tenían
y vivían de fe.
Además del
grupo de monjas, asistieron a esta Misa algunas de las personas que colaboraban
con ellas. También en estas personas se percibía honda piedad y claro amor de
Dios. ¡Era así!
Al acabar
la Misa y después de un largo rato de acción de gracias por la Comunión
recibida, las monjas me invitaron a desayunar. En un pequeño comedor, sobre una
mesa redonda habían colocado un frutero y a su lado una taza de café. Junto a
la taza, una azucarera, algunas galletas, una cucharilla y una servilleta.
Me despedí
de las monjas. Y con la alegría de haber celebrado mi primera Misa en Barruelo,
me dirigí a la Parroquia de Santo Tomás, que estaba un poquito más arriba. La
puerta principal estaba cerrada, no así una puerta lateral que se encontraba
abierta.
Entré y allí
estaba Don Manuel rezando el Breviario. Como todavía faltaban unos minutos para
empezar la Misa parroquial, Don Manuel me llevó a la sacristía. Era la sacristía
un local pequeño, tenía un armario para la ropa y una ventana que daba al
Colegio de las Monjas.
Con enorme
cariño, pero también con cierta autoridad, Don Manuel me dijo: “Ya has
empezado. Lo has hecho bien. Ojalá que termines bien”. Y ahora atiende: “El 16
de julio es la Virgen del Carmen. Es costumbre aquí ir a celebrar la fiesta al
Santuario del Carmen, de la Parroquia de Porquera. Iremos los dos: celebraremos
Misa, comeremos allí y por la tarde volveremos a Barruelo”.
Yo apenas
hablaba. Escuchaba, siguiendo el consejo de mi padre. Pero me gustaba talante de aquel cura mayor. Luego, siguió
Don Manuel: “El día 17, si te parece, te vuelves a tu casa y disfrutas unos días
de la compañía de los tuyos”. Asentí con la cabeza. Don Manuel sonrió
y yo también.