martes, 16 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MISA EN EL SANTUARIO DEL CARMEN, HACE CINCUENTA AÑOS

SANTUARIO NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN. PORQUERA

Celebré mi primera Misa en la capilla de las monjas de Barruelo. Entonces, como estaba prescrito, todo en latín. Desde “In nomine Patris”, hasta el “ite missa est”. No sé si las monjas entenderían mucho latín, pero lo que si sé es que vivían la Misa.

La limpieza de las vestiduras sagradas, el valor de los vasos sagrados, la blancura manteles, purificadores, manutergios, era una señal clara de que aquellas mujeres tenían y vivían de fe.

Además del grupo de monjas, asistieron a esta Misa algunas de las personas que colaboraban con ellas. También en estas personas se percibía honda piedad y claro amor de Dios. ¡Era así!

Al acabar la Misa y después de un largo rato de acción de gracias por la Comunión recibida, las monjas me invitaron a desayunar. En un pequeño comedor, sobre una mesa redonda habían colocado un frutero y a su lado una taza de café. Junto a la taza, una azucarera, algunas galletas, una cucharilla y una servilleta.

Me despedí de las monjas. Y con la alegría de haber celebrado mi primera Misa en Barruelo, me dirigí a la Parroquia de Santo Tomás, que estaba un poquito más arriba. La puerta principal estaba cerrada, no así una puerta lateral que se encontraba abierta.

Entré y allí estaba Don Manuel rezando el Breviario. Como todavía faltaban unos minutos para empezar la Misa parroquial, Don Manuel me llevó a la sacristía. Era la sacristía un local pequeño, tenía un armario para la ropa y una ventana que daba al Colegio de las Monjas.

Con enorme cariño, pero también con cierta autoridad, Don Manuel me dijo: “Ya has empezado. Lo has hecho bien. Ojalá que termines bien”. Y ahora atiende: “El 16 de julio es la Virgen del Carmen. Es costumbre aquí ir a celebrar la fiesta al Santuario del Carmen, de la Parroquia de Porquera. Iremos los dos: celebraremos Misa, comeremos allí y por la tarde volveremos a Barruelo”.

Yo apenas hablaba. Escuchaba, siguiendo el consejo de mi padre. Pero me gustaba talante de aquel cura mayor. Luego, siguió Don Manuel: “El día 17, si te parece, te vuelves a tu casa y disfrutas unos días de la compañía de los tuyos”. Asentí con la cabeza. Don Manuel sonrió y yo también.