Ángelus papal, 6 de abril 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
el Evangelio de este quinto domingo de
Cuaresma nos narra la resurrección de Lázaro. Es el culmen de los “signos”
prodigiosos realizados por Jesús: es un gesto demasiado grande, demasiado
claramente divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes, los cuales,
cuando supieron del hecho, tomaron la decisión de matar a Jesús (Jn 11,53).
Lázaro había muerto desde hacía ya tres días
cuando llegó Jesús, y a las hermanas Marta y María, Él les dijo las palabras
que se imprimieron para siempre en la memoria de la comunidad cristiana, dice
así Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. (Jn 11,25).
Sobre esta la Palabra del Señor nosotros creemos que la vida de quién cree en
Jesús y sigue su mandamiento, después de la muerte será transformada en una
vida nueva, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con su propio cuerpo,
pero no ha vuelto a la vida terrena, así nosotros resucitaremos con nuestros
cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Él nos espera junto al
Padre, y la fuerza del Espíritu Santo, que lo ha resucitado a Él, resucitará
también a quién está unido a Él.