viernes, 21 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO
SAN JUAN 21, 20-25

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Se volvió Pedro y vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Y Pedro, al verle, le dijo a Jesús:
—Señor, ¿y éste qué?
Jesús le respondió:
—Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.
Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?

Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir.

Señor, Tú amabas a “los tuyos”, pero amabas con preferencia a Juan. Ocurrió que Juan iba detrás de Ti y de Pedro. Entonces, Pedro, viendo que Juan os seguía, te preguntó: Señor, ¿y éste qué? Y Tú le dijiste: Pedro, si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. “Junto a la autoridad de Pedro se reconoce también el papel de San Juan” .

Nos enseñabas, Señor, que lo importante es seguirte, sin mirar lo que hacen los demás. Cuando nos fijamos demasiado en los demás y elaboramos juicios comparativos de sus actos, con frecuencia perdemos de vista tu camino, el alma se llena de envidia y no llegamos al final de nuestra meta.

A veces miramos a nuestro alrededor y vemos a gentes que triunfan, que dominan, que realizan acciones eficaces. Alegrémo-nos de sus éxitos, de sus triunfos, de sus apostolados, sin olvidar, que Tú una y otra vez nos dices: “tú, sígueme”.

Y si a veces no te hemos seguido con la suficiente audacia e inmediatez con que nos hubiera gustado o no nos hemos excedido en el cumplimiento de nuestras obligaciones y en la exigencia de los derechos única y exclusivamente por servirte, perdónanos, Señor. Para Ti todo honor y toda gloria.

Tú diriges los acontecimientos a tu modo, a veces con instrumentos ineptos. Dime por dónde tengo que seguirte y ser feliz. Y que Pedro y Juan y los demás te sean fieles: “que cada caminante siga su camino”.