sábado, 6 de julio de 2013

SENCILAS VIVENCIAS

DOS DE JULIO DEL 1963 
MI PRIMERA MISA


Y llegó la hora de ir a la Iglesia. De la casa del misacantano hasta la Iglesia, todo llano, hay una distancia de más de doscientos metros.  Pues bien, ese día toda esta distancia estaba completamente adornada con ramas de árboles, colocadas sobre las paredes. El suelo, maravillosamente alfombrado con flores y hierbas del campo. Toda una fiesta.

A penas salimos de la casa, comenzaron a sonar las campanas de la torre. Bajo un arco hecho con flores, portado por jóvenes del pueblo, iba el Misacantano. A su lado, derecha e izquierda, orgullosos, sus padres. Comenzaron las canciones compuestas para este momento.

Detrás, debajo de otro arco, el párroco del pueblo y los padrinos: los civiles y eclesiásticos. Debajo de un arco más, el predicador de la Misa. Detrás hermanos, primos, amigos, familiares, el pueblo.

Han pasado cincuenta años de aquella fecha, y todavía recuerdo emocionado aquel feliz momento. Y si entonces, me parecía un sueño, ahora un sueño me sigue pareciendo.

Llegamos a la Iglesia. Las puertas totalmente abiertas, el templo, a pesar de ser verano, lleno de gente. Seminaristas en el coro para armonizar la Misa, niños en los primeros puestos con los ojos abiertos, y arriba, en el presbiterio mis padres y padrinos. También dos primos míos, que aquel día hacían su primera comunión.

Los sacerdotes en la sacristía nos revestíamos para iniciar la ceremonia. El Párroco había preparado los mejores vestiduras. El acontecimiento lo merecía: cruz, incensario.

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