DOS DE JULIO DEL 1963
MI PRIMERA MISA
Y llegó la hora de ir a la Iglesia. De la
casa del misacantano hasta la Iglesia, todo llano, hay una distancia de más de
doscientos metros. Pues bien, ese día toda
esta distancia estaba completamente adornada con ramas de árboles, colocadas
sobre las paredes. El suelo, maravillosamente alfombrado con flores y hierbas
del campo. Toda una fiesta.
A penas salimos de la casa, comenzaron a
sonar las campanas de la torre. Bajo un arco hecho con flores, portado por
jóvenes del pueblo, iba el Misacantano. A su lado, derecha e izquierda, orgullosos,
sus padres. Comenzaron las canciones compuestas para este momento.
Detrás, debajo de otro arco, el párroco del pueblo
y los padrinos: los civiles y eclesiásticos. Debajo de un arco más, el
predicador de la Misa. Detrás hermanos, primos, amigos, familiares, el pueblo.
Han pasado cincuenta años de aquella fecha, y
todavía recuerdo emocionado aquel feliz momento. Y si entonces, me parecía un
sueño, ahora un sueño me sigue pareciendo.
Llegamos a la Iglesia. Las puertas totalmente
abiertas, el templo, a pesar de ser verano, lleno de gente. Seminaristas en el
coro para armonizar la Misa, niños en los primeros puestos con los ojos
abiertos, y arriba, en el presbiterio mis padres y padrinos. También dos primos
míos, que aquel día hacían su primera comunión.
Los sacerdotes en la sacristía nos revestíamos
para iniciar la ceremonia. El Párroco había preparado los mejores vestiduras.
El acontecimiento lo merecía: cruz, incensario.
PARA ESCUCHAR