EL PASEO DE CADA DÍA
Uno de los ratos que esperábamos con gran
ilusión era el paseo de la tarde. A las siete y media, más o menos, hora
oficial, después del rezo del Santo Rosario y “echa la oración” (como dice el Cantar del Mío Cid) Merche y yo salíamos
de paseo. Teo seguía rezando en la Iglesia.
El paseo era suave. No siempre íbamos por el
mismo sitio, pero si empleábamos el mismo tiempo. Salida a la hora arriba
indicada y a las nueve estábamos en casa de vuelta.
El recorrido, unos días era de la ermita a la
carretera de Villaherreros y desde la carretera de Villaherreros a la ermita.
Otros días de la Plaza de Arriba a la Fuente del Lugar y desde la Fuente de Lugar
a la Plaza de Arriba. Según cálculos de los vecinos del pueblo: un cuarto de
kilómetro ida y vuelta, en ambos casos.
Por el camino, además de chalar de unas y
otras cosas y de observar los alrededores del pueblo, nos parábamos a charlar con
los que descansaban al sol o paseaban como nosotros.
Objeto de nuestras conversaciones: que si las
paneras de la Cooperativa iban adelante, que si los árboles de las huertas
tenían mucha fruta este año, que si las peras se caían al suelo, que si los
pepinos estaban amargos, que los pájaros cantaban a Dios .
Todo muy sencillo. La vida misma. Y así, se
hacia la hora de volver al hogar, mientras el sol se ocultaba detrás de los
árboles de la antigua laguna, ahora espléndido parque de Villasarracino.