Me habían entretenido: una llamada por teléfono,
apuntar una suscripción a La Verdad. Total, que salí un poco más tarde de la
Iglesia. Allí, en la calle me esperaba una “feligresa” que conversaba con una
amiga, de sus cosas.
Apenas me acerqué para saludar a una y otra,
apareció otra persona, que de sopetón me dijo: “No te vayas, que quiero decirte
algo”. Yo me separé, un poco, para escuchar el mensaje.
Este era el mensaje: “Don Josemaría encomiende
a una niña que le van a operar hoy de un tumor”. Le dije que ya estaba en
antecedentes, que ya me habían pedido oraciones por ella, días antes. Y le dije también
que en la Misa que acaba de finalizar, se había pedido por esta
niña.
Seguimos hablando. Fui recibiendo algunos
detalles más del caso. Nos despedimos. Poco después me adelantaba la feligresa
que hablaba con su amiga y a la que había saludado poco antes. Y me dijo: “Mi amiga
se ha quedado extrañada del saludo tan directo que le ha hecho esa señora que
acaba de hablar con usted”.
Entendí la extrañeza. Seguimos hablando de la
niña y pidiendo, en silencio, al Señor, por ella.