viernes, 19 de marzo de 2010




Cuarta Semana de Cuaresma
SÁBADO
San Juan 7, 40-53


De entre la multitud que escuchaba estas palabras, unos decían:
—Éste es verdaderamente el profeta.
Otros:
—Éste es el Cristo.
En cambio, otros replicaban:
—¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de Belén, la aldea de donde era David?
Se produjo entonces un desacuerdo entre la multitud por su causa. Algunos de ellos querían prenderle, pero nadie puso las manos sobre él.
Volvieron los alguaciles a los príncipes de los sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron:
—¿Por qué no lo habéis traído?
Respondieron los alguaciles:
—Jamás habló así hombre alguno.
Les replicaron entonces los fariseos:
—¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso alguien de las autoridades o de los fariseos ha creído en él? Pero esta gente, que desconoce la Ley, son unos malditos.
Nicodemo, aquel que ya había ido antes adonde Jesús y que era uno de ellos, les dijo:
—¿Es que nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle oído antes y conocer lo que ha hecho?
Le respondieron:
—¿También tú eres de Galilea? Investiga y te darás cuenta de que ningún profeta surge de Galilea.
Y se volvió cada uno a su casa.

Predicabas asiduamente a la gente. Y la gente te escuchaba con gusto. A veces, te criticaron. Pero en otras ocasiones, como en esta, el comentario fue positivo: Unos decían que eras un profeta. Otros que eras el Cristo, el que tenía que llegar. Aunque otros, asombrados, se preguntaban: ¿Pero el Cristo va a venir de Galilea? ¿No está escrito que vendrá de Belén, el pueblo de donde era David?

Al fin hubo división de opiniones: Unos, que eras un profeta, y otros, que querían detenerte. Hasta los guardias que habían llegado con orden de llevarte a los sumos sacerdotes y fariseos, estaban asombrados. ¡Nunca habían visto hablar a nadie así!

Incluso entre los fariseos se produjo una clara división: Unos decían, nadie de los nuestros se ha dejado convencer por Él; otros: estos guardias son unos malditos; hay que juzgar a ese tal Jesús. Ante tal discusión terció Nicodemo: Nuestra Ley no juzga a nadie sin haberle antes oído y sin saber lo que ha hecho. No basta lo que se dice y se cuenta, hay que poseer datos.

Así las cosas, hasta a Nicodemo le llegaron los reproches: indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta.

Seguía la tensión. Al fin, cada uno se volvió a su casa.

Y mientras, Tú, Señor, realizabas la Redención de los hombres.

UNA BUENA OPORTUNIDAD: http://www.opusdei.es/art.php?p=29507