martes, 28 de diciembre de 2010

ANCIANO SIMEÓN
SANTO TOMÁS MORO, MÁRTIR

FIESTA
SAN LUCAS 2, 22-35

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=ytG9AdjEr88

Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor.
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
—Ahora Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto tu salvación, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos: luz para iluminar a los gentiles y gloria a tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían de él. Simeón los bendijo, y le dijo a María, su madre:
—Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción —y a tu misma alma la traspasará una espada—, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos co-razones.

Y cumplidos los días, te llevaron a Jerusalén para presentarte al Señor. Así estaba mandado y Tú querías, a eso habías venido, enseñarnos a cumplir la ley. ¡Que bonito, verte en brazos de tu Madre, María, camino del Templo; José iría como siempre, por de-lante. La tarde anterior había comprado con los últimos ahorros dos pichones; y Tú, Señor, Niño mío, como un infante más: indefenso, callado, dejándote llevar.

Yo estaba junto a Simeón. ¡Era tan bueno y tan justo este hombre! Casi nunca decía nada, sólo esperaba. Algunas veces parecía como si temblara, pero sobre todo esperaba la consolación de Israel; y rezaba; era como si el Espíritu Santo estuviera en él. Yo apuesto que estaba lleno del Espíritu Santo. Un día como hablándose solo le oímos decir: He recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriré antes de ver al Cristo del Señor.

Yo no entendía nada, Señor. Él —el anciano Simeón— sí. Por eso al entrar María y José contigo, en el Templo para cumplir lo prescrito en la Ley, Simeón que estaba esperando a la puerta, te tomó en sus brazos y con voz clara, emocionante y gozosa dijo: “Ahora, Señor, puedes llevarme contigo, lo que tenía que ver ya lo he visto. Sé que este Niño es el Salvador de todos los pueblos y luz de las gentes, y que será gloria de Israel y del mundo entero”. Y Simeón calló.

María y José se pusieron rojos de emoción —estaban admirados por las cosas que decían acerca de Ti—; Dios les iba mimando cada día. Yo también me puse contento. Y hasta tiré del manto de José y le pregunté por el nombre del Niño, y a María le dije que me dejara darle un beso.

Pero Simeón volvió a hablar. Le llamó a María aparte y le dijo: Mira, María, este Niño será salvación y será ruina; mira, María, este niño será signo de contradicción. Y en voz un poco más baja —lo oímos todos— prosiguió: y a tu alma la traspasará una espada.

María bajó los ojos, y dando vueltas en su corazón estas palabras, nos dijo: “Yo soy la esclava del Señor, estoy dispuesta a que se cumpla en mí su palabra”. Entonces Tú, Niño mío hiciste una caricia a tu Madre, a José le dirigiste una tierna mirada y a todos los que estábamos allí, nos sonreíste feliz.