sábado, 18 de junio de 2011

DESDE MI VENTANA

Cuando vemos algo, para valorarlo, solemos compararlo con algo semejante. Y de la comparación sacamos consecuencias o recordamos algún aspecto de la vida.


DÍA 18 DE JUNIO DE 2011

Hoy he echado una mirada general al conjunto de árboles que diviso desde mi ventana. Este año están llenos de vitalidad. Son ya árboles grandes, crecidos. Los vi plantar a todos. Han pasado casi treinta años desde que estos grandes árboles de hoy, eran tiernos, pequeños, débiles promesas. Igual que “el arbolito” que aparece en la fotografía que puedes ver al lado de estas líneas. Fíjate bien él. Es una plantación reciente, de hace pocos días. El lugar que ahora ocupa este “arbolito”, lo ocupó otro árbol, pequeño también al principio, después más grande, ahora desaparecido. Creció con cierta dificultad, y un poco torcido, en lenguaje humano, nació y vivió achacoso. Y además, un día, un camión de descarga, al hacer maniobras, le rompió varias ramas. Y árbol lo sintió, enfermó. Trataron de curar su desgracia pero no fue posible. Al final, llegaron unos mozos y lo arrancaron de la tierra de los vivos. Después lo cargaron en una vieja camioneta y se lo llevaron. Ni para leña quizás sirvió. En su lugar, está ahora “el arbolito joven”, con futuro por delante y con la esperanza de ser como los árboles que le rodean. Lo están tratando bien, lo han colocado unas tablas a sus lados que con gomas o cuerdas hace que crezca derecho, busque la luz del sol y pueda ser dentro de unos años elegante como sus compañeros. Me acordaba de lo que de pequeño le oí decir a mi padre un día que iba con él por los caminos del campo de mi pueblo: “Hijo, ¿ves ese árbol tan torcido?, ¿lo ves? Dije que sí. “Pues está así, porque de pequeño no lo enderezaron” Y terminó mi padre su sentencia: “Así ocurre con las personas, si de pequeños se tuercen, y no se hace nada por ellas, después que difícil es enderezarlas”. Le dí las gracias. Y nunca he olvidado aquella lección práctica que me dio mi padre un día que caminaba conmigo por los caminos del campo de mi pueblo. Hoy, al contemplar “este arbolito” debajo de mi ventana, de nuevo le doy gracias.


REFLEXIÓN

La educación como un árbol hay que ir a la raíz (de los problemas) no a las ramas, menos a las hojas” (Pedro Echeverría)





CAMINO

17 No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene por síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento...: la frivolidad, en una palabra.
Y la frivolidad —no lo olvides— que te hace tener esos planes de cada día tan vacíos ("tan llenos de vacío"), si no reaccionas a tiempo —no mañana: ¡ahora!—, hará de tu vida un pelele muerto e inútil.