martes, 12 de octubre de 2010

¡AY DE VOSOTROS....!
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DELT. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 11, 42-46

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.youtube.com/watch?v=19ZZXCa39kQ

Pero, ¡ay de vosotros, fariseos, porque pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, pero despreciáis la justicia y el amor de Dios! ¡Hay que hacer esto sin descuidar lo otro! ¡Ay de vosotros, fariseos, porque apetecéis los primeros asientos en las Sinagogas y que os saluden en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros disimulados, sobre los que pasan los hombres sin saberlo!
Entonces, cierto doctor de la Ley, tomando la palabra, le replica:
—Maestro, diciendo tales cosas, nos ofendes también a nosotros.
Pero el dijo:
—¡Ay también de vosotros, los doctores de la ley, porque imponéis a los hombres cargas insoportables, pero vosotros ni con uno de vuestros dedos las tocáis!

Aunque no con mucha frecuencia, a veces salieron de tu boca duros reproches. Muchos de ellos dirigidos a escribas y a fariseos. Hoy acabamos de recordar algunos. Son esos reproches que comienzan con un ¡ay! quejumbroso o dolorido. Esos ¡ayes! llenos de fuerza y esperanza.

Se trataba de hacer pequeños pagos: el diezmo de la menta, de la ruda, de las legumbres. Quizás había que hacerlo, pero sin olvidar la justicia y el amor a Dios. Lo de siempre: o esto o aquello; cuando de lo que se trata es de esto y aquello. No me extraña, Señor, que te salieran suspiros de condena.

O los ¡ayes! de los primeros puestos o de los saludos en las plazas. Tú, Señor, que habías venido a servir no a ser servido; Tú que habías venido a curar más que a ser aplaudido; te entiendo que condenes las aspiraciones egoístas.

Y creciste, Señor, en los lamentos: sepulcros disimulados; camuflaje de hojas; trapacería y comedia; máscaras y fachadas; maquillaje y cartón. Más claro, Señor, imposible. Y, a pesar de tantos avisos, nosotros sin enterarnos. Y tantos sin oír tus ayes y lamentos.

Aunque sí, alguien te oyó y se dio por enterado, pero no para cambiar, sino para irritarse. Como aquel doctor de la Ley, que con voz hueca y profunda, te replicó: “Maestro, diciendo tales cosas nos ofendes también a nosotros”.

Y Tú: “ay también de vosotros”, los doctores de la Ley. Mucho hablar y poco hacer; mucho predicar y poco dar trigo, mucha palabra pero ni mover un dedo a favor de los demás. ¡Ay de vosotros!