DIOS ES NUESTRO PADRE, TODOS SOMOS HERMANOS
Ayer me quedé sin batería y con el volante
fuera de servicio. Lo intentamos arreglar, pero no fue posible. Esta mañana, lo
hemos intentado de un nuevo. Pero nada. Así que desistimos. El motor sí que arrancaba, pero el volante seguía
bloqueado. Habrá que esperar al lunes.
Para subir al barrio de San Juan, tomé el
autobús número siete. Es un recorrido largo pero no hay que hacer ningún
transbordo. Quizás por eso, resulta más cómodo.
Durante el trayecto, que viene a durar casi
media hora, me encontré con muchas personas. ¡Curioso! No conocía a ninguna.
Gente mayor, personas más jóvenes, algunos adolescentes, también niños. Pues bien,
todos desconocidos.
Ante esta realidad, me fui haciendo distintas
preguntas: ¿Merece la pena vivir entre
tanta gente y no conocer a nadie? ¿No es más bonito, relacionarse con pocas
personas, pero conocerlas a todas? ¿Qué es mejor, vivir en la ciudad o vivir en
un pueblo?
Así iba reflexionando y no acababa de
explicar los porqués arriba enunciados. Hasta que al pasar junto a una Iglesia,
hice, como suelo hacer con frecuencia, una comunión espiritual. Y fue entonces,
cuando se me iluminó la mente y encontré solución a mis preguntas.
La solución fue esta: Todos somos hijos de
Dios y por lo tanto hermanos. Es decir, si yo conozco al Padre de todos, de alguna manera conozco a todos. Y fue en ese momento, cuando comencé a rezar por todos y por cada uno de los que me había tropezado en el camino.
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