viernes, 23 de abril de 2010

TERCERA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO
SAN JUAN 6, 60-69  

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Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron:
—Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?
Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo:
—¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar.
Y añadía:
—Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre. Desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
Entonces Jesús les dijo a los doce:
—¿También vosotros queréis marcharos?
Le respondió Simón Pedro:
—Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.

Tengo que reconocer, Señor, que a primera vista, este modo de hablar era duro. Y me explico que algunos de tus discípulos cuestionasen tus palabras. Les estabas diciendo, nada más y nada menos, que tenían que comer tu carne y beber tu sangre. Y en su interior brotaron las críticas.

Pero Tú, Señor, adivinando sus críticas les dijiste: “¿Esto os hace vacilar? ¿Y si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes?” Era como decir, fiaos de Mi, de mi palabra, de mi poder, de la fuerza de mi espíritu.

Y seguiste: porque el Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Mis palabras son Espíritu y Vida, y sin embargo, algunos no creéis. No admitís que os diga la verdad. Aquí está el secreto: en la verdad de mis palabras.

Y dijiste: Pero “nadie puede venir a Mí si mi Padre no se lo concede”. Por lo tanto, en vez de discutir, de reflexionar, de criticar, lo que debéis hacer, es pedir al Padre la gracia de entender, la gracia de amar.

Pero el hecho fue que algunos, desde entonces, se echaron para atrás y no volvieron a ir contigo. Señor, que yo nunca me eche para atrás, que siga siempre contigo.

Entonces, Tú, Señor, advirtiendo que los doce también temblaban, les dijiste: ¿También vosotros queréis marcharos? ¿También vosotros dudáis? Entonces Simón Pedro contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir que mejor nos vaya? Tus palabras son verdaderas. Nosotros creemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios.