viernes, 31 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

Una personalidad que se identifique con Cristo



Reproducimos una serie de editoriales sobre la formación del carácter y la madurez cristiana. ¿Cómo influye la personalidad en la vida diaria? ¿puede cambiar una persona? ¿qué papel desarrolla la gracia?
FORMACIÓN DE LA PERSONALIDAD
28 de Octubre de 2014

¿Por qué reacciono de ese modo? ¿Por qué soy así? ¿Podré cambiar? Son algunas de las preguntas que alguna vez pueden asaltarnos. A veces, nos las planteamos respecto a los demás: ¿por qué tiene ese modo de ser?... Vamos a profundizar sobre estas cuestiones, mirando a nuestra meta: parecernos cada vez más a Jesucristo, dejándolo obrar en nuestra existencia.
Este proceso abarca todas las dimensiones de la persona, que al divinizarse conserva los rasgos de lo auténticamente humano, elevándolos según la vocación cristiana. Y es que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre: perfectus Deus, perfectus homo. En Él contemplamos la figura realizada del ser humano, pues «Cristo Redentor (...) revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es ‒si se puede hablar así‒ la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad»[1].
La nueva vida que hemos recibido en el Bautismo está llamada a crecer hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo[2].
Si bien lo divino, lo sobrenatural, es el elemento decisivo en la santidad personal, lo que une y armoniza todas las facetas del hombre, no podemos olvidar que esto incluye, como algo intrínseco y necesario, lo humano: Si aceptamos nuestra responsabilidad de hijos suyos, Dios nos quiere muy humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que nos quiere -insisto- muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imitarle a Él, que es "perfectus Deus, perfectus homo"[3].
La tarea de formar el carácter
La acción de la gracia en las almas va de la mano con un crecimiento en la madurez humana, en la perfección del carácter. Por eso, al mismo tiempo que cultiva las virtudes sobrenaturales, un cristiano que busca la santidad procurará alcanzar los hábitos, modos de hacer y de pensar que caracterizan a alguien como maduro y equilibrado. Se moverá no por un simple afán de perfección, sino para reflejar la vida de Cristo; por eso, san Josemaría anima a examinarse: —Hijo: ¿dónde está el Cristo que las almas buscan en ti?: ¿en tu soberbia?, ¿en tus deseos de imponerte a los otros?, ¿en esas pequeñeces de carácter en las que no te quieres vencer?, ¿en esa tozudez?... ¿Está ahí Cristo? —¡¡No!! La respuesta nos da una clave para emprender esta tarea: —De acuerdo: debes tener personalidad, pero la tuya ha de procurar identificarse con Cristo[4]
En la propia personalidad influye tanto lo que se hereda y se manifiesta desde el nacimiento, que suele llamarse temperamento, como aquellos aspectos que se han adquirido por la educación, las decisiones personales, el trato con los demás y con Dios, y otros muchos factores, que incluso pueden ser inconscientes.
De este modo, existen distintos tipos de personalidades o caracteres ‒extrovertidos o tímidos, fogosos o reservados, despreocupados o aprensivos, etc.‒, que se expresan en el modo de trabajar, de relacionarse con los demás, de considerar los acontecimientos diarios.
Estos elementos influyen en la vida moral, al facilitar el desarrollo de ciertas virtudes o, si falta el empeño por moldearlos, la aparición de defectos: por ejemplo, una personalidad emprendedora puede ayudar a cultivar la laboriosidad, con tal de que al mismo tiempo se viva una disciplina que evitará el defecto de la inconstancia y del activismo.
Dios cuenta con nuestra personalidad para llevarnos por caminos de santidad. El modo de ser de cada uno es como una tierra fértil que se ha de cultivar: basta quitar con paciencia y alegría las piedras y malas hierbas que impiden la acción de la gracia, y comenzará a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta[5]
Cada quien puede hacer rendir los talentos que ha recibido de las manos de Dios, si se deja transformar por la acción del Espíritu Santo, forjando una personalidad que refleje el rostro de Cristo, sin que esto quite para nada los propios acentos, pues variados son los santos del cielo, que cada uno tiene sus notas personales especialísimas[6].
Si bien hemos de robustecer y pulir la propia personalidad para que se ajuste a un estilo cristiano, no podemos pensar que el ideal sería convertirse en una especie de "superhombre" En realidad, el modelo es siempre Jesucristo, que posee una naturaleza humana igual que la nuestra, pero perfecta en su normalidad y elevada por la gracia.
Desde luego, encontramos un ejemplo excelso también en la Santísima Virgen María: en Ella se da la plenitud de lo humano… y de la normalidad. La proverbial humildad y sencillez de María, quizá sus cualidades más valoradas en toda la tradición cristiana, junto a su cercanía, cariño y ternura por todos sus hijos ‒que son virtudes de una buena madre de familia‒, son la mejor confirmación de ese hecho: la perfección de una criatura ‒ ¡Más que tú sólo Dios![7]‒, tan plenamente humana, tan encantadoramente mujer: ¡la Señora por excelencia!
Madurez humana y sobrenatural
La palabra "madurez" significa primero estar en sazón, a punto, y por extensión hace referencia a la plenitud del ser. Implica también el cumplimiento de la propia tarea. Por eso, su mejor paradigma lo podemos encontrar en la vida del Señor. Contemplarla en los Evangelios y ver cómo Cristo trata a las personas, su fortaleza ante el sufrimiento, la decisión con que acometió la misión recibida del Padre, todo esto nos da el criterio de la madurez.
Al mismo tiempo, nuestra fe incorpora todos los valores nobles que se encuentran en las distintas culturas, y por eso también es útil retomar, purificándolos, los criterios clásicos de madurez humana. Es algo que se ha hecho a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, en mayor o menor medida, de forma más o menos explícita.
El mundo clásico greco-romano, por ejemplo, que tan sabiamente cristianizaron los Padres de la Iglesia, colocó al centro del ideal de madurez humana especialmente la "sabiduría" y la "prudencia", entendidas con diversos matices. Los filósofos y teólogos cristianos de aquella época enriquecieron esta concepción, señalando la preeminencia de las virtudes teologales, de modo especial la caridad comovínculo de la perfección[8], en palabras de san Pablo, y que da forma a todas las virtudes.
Actualmente, el estudio sobre la madurez humana se ha complementado con las distintas perspectivas que ofrecen las ciencias modernas. Sus conclusiones son útiles en la medida en que parten de una visión del hombre abierta al mensaje cristiano.
Así, algunos suelen distinguir tres campos fundamentales en la madurez: intelectual, emotiva y social. Rasgos significativos de madurez intelectual pueden ser: un adecuado concepto de sí mismo (cercanía entre lo que uno piensa que es y lo que realmente es, en la que influye decisivamente la sinceridad con uno mismo); una filosofía correcta de la vida; establecer personalmente metas y fines claros, pero con horizontes abiertos e ilimitados (en amplitud, profundidad e intensidad); un conjunto armónico de valores; una clara certidumbre ético-moral; un sano realismo ante el mundo propio y ajeno; la capacidad de reflexión y análisis sereno de los problemas; la creatividad y la iniciativa; etc.
Entre los rasgos de madurez emotiva, sin ninguna pretensión de exhaustividad, cabría señalar: el saber reaccionar proporcionalmente ante los sucesos de la vida, sin dejarse abatir por el fracaso ni perder el realismo en el éxito; la capacidad de control flexible y constructivo de sí mismo; el saber amar, ser generosos y donarse a los demás; la seguridad y firmeza en las decisiones y compromisos; la serenidad y capacidad de superación ante los retos y las dificultades; el optimismo, la alegría, la simpatía y el buen humor.
Finalmente, como parte de la madurez social encontramos: el afecto sincero por los demás, el respeto a sus derechos y el deseo de descubrir y aliviar sus necesidades; la comprensión de la diversidad de opiniones, valores o rasgos culturales, sin prejuicios; la capacidad de crítica e independencia frente a la cultura dominante, el entorno y el ambiente, los grupos de presión o las modas; una naturalidad en el comportamiento que lleva a actuar sin convencionalismos; ser capaces de escuchar y comprender; la facilidad para colaborar con otros.


[1] San Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, n. 10.
[2] Ef 4,13.
[3] Amigos de Dios, n. 75.
[4] Forja, n. 468.
[5] Mt 13,8.
[6] Camino, n. 947.
[7] Camino, n. 496.
[8] Col 3,14.



jueves, 30 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

ENTREVISTA


Una calabaza, aunque esté de moda, es siempre una calabaza
El cardenal Mauro Piacenza explica el significado litúrgico y religioso de la fiesta de Todos los Santos y de la conmemoración de los Fieles Difuntos
Por Antonio Gaspari

CIUDAD DEL VATICANO, 29 de octubre de 2014 (Zenit.org) - ¿Es cierto que en la conmemoración de los Fieles Difuntos es posible obtener la indulgencia plenaria? ¿Las indulgencias son validas para uno mismo, para el alma del difunto, o también para los amigos y parientes? ¿Cómo se pueden limitar los efectos negativos de la fiesta de Halloween?. ZENIT ha dirigido estas y otras preguntas al cardenal Mauro Piacenza, penitenciario Mayor del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica.

Eminencia, en los próximos días vamos a celebrar la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. El Pueblo de Dios vive profundamente estos días, que son también una oportunidad para la reflexión y la oración. ¿Sigue siendo válida la práctica de las indulgencias para los difuntos?

-- ¡Por supuesto que sí! El día 2 de noviembre, visitando un cementerio y habiendo cumplido con las condiciones habituales (haberse confesado, comulgado, recitar el Credo y orar por las intenciones del Santo Padre), se puede obtener la indulgencia plenaria, aplicable a un fiel difunto.

¿Sólo es posible hacerlo en ese día? 

-- No, en ese día es posible hacerlo de una manera particular, visitando un cementerio, pero todos los demás días del año se puede ganar la indulgencia plenaria cumpliendo con las diversas obras de piedad que figuran en el Enchiridion Indulgentiarium (el repertorio de las modalidades con las que es posible obtener la cancelación de las penas debidas por los pecados), y optar por aplicarla a uno mismo, o a un fiel difunto. La única "limitación" es que esta práctica piadosa puede realizarse sólo una vez al día; se puede lucrar, por tanto, una sola indulgencia al día, aplicable a uno mismo, o a un fiel difunto.

Usted ha dicho, Eminencia, que las indulgencias pueden aplicarse a uno mismo, o a un fiel difunto. ¿Por qué no a otro fiel por el que se reza? ¿A su propio marido, a su propia mujer, a sus propios hijos?

-- Esto no es posible por el gran misterio de la libertad, que nos hace a imagen y semejanza de Dios y que Dios mismo respeta profundamente. Cada uno, mientras está vivo, es decir, hasta que está en el tiempo, puede cambiar sus propias elecciones existenciales, puede decidir personalmente convertirse y, en este sentido, nadie puede sustituir a la libertad del otro. Por tanto, todo el mundo puede ganar indulgencias y aplicarlas a sí mismo. Ciertamente, se puede orar por la conversión de los hermanos, por la conversión de los pecadores, pero la indulgencia, por su naturaleza, es ya un ejercicio de piedad, que para que se cumpla exige verdaderos actos de conversión, el primero es la Reconciliación sacramental. En cuanto a los difuntos, por la muerte, han salido del tiempo y se les ha terminado el don de la libertad. Por esta razón, siempre es importante que nuestra libertad está orientada al bien y de ningún modo es prudente permanecer mucho tiempo en un estado de pecado mortal. No pudiendo las almas de los difuntos hacer nada por su purificación, en virtud de la comunión de los santos, es decir, de la unidad profunda de todos los bautizados en Cristo, nosotros, los que aún estamos en camino, podemos lograr la extraordinaria obra de misericordia espiritual en sufragio de las almas, y de esto se benefician ellos y, al mismo tiempo, también nos beneficiamos nosotros.

¿Es esta la razón por la que la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos están tan juntas, el 1 y el 2 de noviembre? 

-- Ciertamente, la Iglesia ha rezado desde sus orígenes por los fieles difuntos de las primeras comunidades cristianas. Fueran mártires, o cristianos ordinarios que murieron de muerte natural, la comunidad ha entendido inmediatamente el sufragio por los difuntos como una dimensión estructural de su propia vida, de su propia oración, y sobre todo de la celebración eucarística. Pretendiendo significar que la unidad profunda con Cristo y en Cristo, creada por el Bautismo, y compartiendo la misma Eucaristía, vivida en la comunidad cristiana, no podría romperse ni siquiera con la muerte. Después de todo, ahora que lo pienso, si la muerte ha sido vencida por Cristo, quien ha renacido en Cristo no puede ser separado por nada, ¡ni siquiera por esa muerte que Cristo ya ha vencido! La solemnidad de Todos los Santos evidencia precisamente la verdad de la communio sanctorum, de la unión de todos los bautizados. Como nos ha recordado en varias ocasiones el papa Francisco: "el tiempo prevalece sobre el espacio". Por lo tanto, la unión en el tiempo de todos los bautizados, desde los primeros cristianos, a los que mañana por la mañana recibirán el Bautismo y hasta el final de la historia, es una unión que nada podrá empañar jamás y que determina el caminar de la Iglesia en el tiempo en el que es anticipación real, aquí en la tierra, del Reino de los Cielos. Nosotros pertenecemos al único Cuerpo eclesial que, sin interrupción, desde Jesucristo, la Virgen María y los Apóstoles, ha llegado hasta nosotros, y es por esta razón que la Iglesia en el cielo es mucho más numerosa, mucho más interesante, mucho más sabia y mucho más "influyente" que la Iglesia en la tierra.

En la noche que precede a la Solemnidad de Todos los Santos, desde hace más o menos una década, se ha extendido la moda de Halloween también en Europa. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Qué le parece?

-- Como bien ha dicho usted, se trata de una moda, que sin duda tiene serias implicaciones y no sólo de orden consumista. Creo que puedo concluir que la gran mayoría de los jóvenes, que organizan fiestas de disfraces en esa ocasión, son víctimas inconscientes tanto de la moda como de quienes, a toda costa, tienen que vender productos comerciales, manipulando las realidades espirituales. Me parece el fenómeno tan irracional como para convertirse en la figura real de la sociedad contemporánea: el que no cree en la verdad termina por creer en cualquier cosa, ¡incluyendo las calabazas! Soy consciente, sin embargo, que en algunos casos este tipo de manifestaciones tienen un origen espiritista e incluso satánico y, por lo tanto, alimentarlas y no corregirlas nos puede convertir en nutridores involuntarios de aquel "humo de Satanás", que ya intoxica el mundo demasiado. Todos debemos estar atentos para no respirar gases tóxicos; a veces esto sucede casi sin darnos cuenta. Recordemos que una calabaza, aunque bendecida, siempre es una calabaza. ¡Las de Halloween ni siquiera están bendecidas!

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miércoles, 29 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

SOLEMNIDAD 
DE TODOS LOS SANTOS


por Antonio Cañizares

Estamos próximos a la fiesta de todos los santos, en sus mismos umbrales. Una de las fiestas más arraigadas en la tradición española, a la que se une la memoria agradecida por los seres queridos que ya descansan en el Señor. 

La visita de casi todos a los cementerios en cualquier rincón de nuestra geografía para llevar flores a las tumbas y decir alguna oración ante las tumbas de los que nos han precedido es la imagen de este día, lleno de recuerdos y de agradecimiento, en el fondo de agradecimiento a Dios, porque en ellos pudimos palpar un gran amor, reflejo de Dios, que es Amor; pero también día de esperanza porque, en el fondo, estamos expresando que los nuestros viven y que esperamos verlos en la vida eterna. En este día, la Iglesia y la tradición que nos sustenta nos invitan a compartir y a gustar la alegría de los santos.


Esta fiesta nos recuerda que no estamos solos; Dios mismo nos acompaña con esa multitud incontable de hombres como nosotros que caminan a nuestro lado como peregrinos hacia la patria definitiva; que estamos inmersos en una muchedumbre incontable de testigos, con los que formamos un solo cuerpo. 


Esta muchedumbre de santos nos estimula a mantener nuestra mirada fija en la meta y en las promesas que nos abren a la gran esperanza, la del cielo. 

La liturgia de ese día, guía de sabiduría, nos exhorta a dirigir nuestra mirada a esa muchedumbre ingente no sólo de los santos reconocidos  de forma oficial, sino de todos los santificados de todas las épocas que, con el auxilio de Dios, se han esforzado de verdad por cumplir con amor y fidelidad el querer de Dios. 

De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer en la gloria de Dios. Ellos representan a la humanidad nueva de los salvados por la sangre de Cristo, y reflejan la hermosura de la santa madre Iglesia, esposa inmaculada de Cristo, fuente y modelo de toda santidad. 

Ellos son los hijos mejores que han sido engendrados por la gracia del Espíritu en el seno de la santa madre, la Iglesia. Esa muchedumbre incontable de santos de los que hacemos memoria ese día han sido personas que no han buscado obstinadamente su propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo. En vida y en gloria, los santos nos han hecho palpar ya la transformación, la renovación y reforma, de nuestro mundo, de este mundo envejecido por el pecado, la mentira, la violencia, la negación de Dios.


En verdad, los santos son los verdaderos reformadores de la humanidad y de este mundo nuestro; «en las vicisitudes de la historia han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han elevado a la humanidad; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar –tal vez en el dolor– la palabra de Dios al terminar la obra de la creación: ‘y era muy bueno’... Sólo los santos, sólo de Dios proviene el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo y transformar sus condiciones.

Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, no libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino el dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro Creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?». (Benedicto XVI, en Colonia). 


Esos son los santos innumerables que ese día recordamos. Ellos vivieron su vida mirando a Dios, poniendo en Él su mente y su corazón, teniéndolo en el centro más profundo de su existencia. Bienaventurados y dichosos para siempre en la bella aventura que recorrieron en su vida junto a Jesucristo y en comunión con Él, siguiendo el camino de las bienaventuranzas –»retrato de Jesús», camino de felicidad–, ellos nos señalan que Dios es el único asunto central y defi nitivo para el hombre.


Con razón, el papa Pablo VI definió el ateísmo como «el drama y el problema más grande de nuestro tiempo». El silencio de Dios, o el abandono de Dios, el ateísmo y la increencia como fenómeno cultural masivo, es con mucho el acontecimiento fundamental de estos tiempos de indigencia y de quiebra humana y moral en Occidente. No hay otro que se le puede comparar en radicalidad por lo vasto de sus consecuencias. 


Los santos, que han vivido y viven de Dios y para Dios, son quienes ahora nos marcan el camino para que se opere lo que Benedicto XVI ha denominado «la revolución de Dios», el paso a una humanidad nueva y renovada, donde reine el amor y la paz, donde la verdad nos haga libres y misericordiosos, donde se siga el camino de la felicidad que está, precisamente, en ese saberse creado y amado por Dios, en ese comprenderse hijo de Dios en todo, en ese

camino paradógico de las bienaventuranzas, o si queremos de la felicidad que es el seguido por el mismo Jesús. «El bienaventurado por excelencia es, en efecto Jesús, sólo Él. Él es el verdadero pobre de espíritu, el que llora, el manso, el que tiene hambre y sed de justicia, el misericordioso, el puro de corazón, el artífice de paz; Él es el perseguido por causa de la justicia». No tenemos otra ruta diferente a la de las Bienaventuranzas, que ponen a Dios en el centro, que señalan que viviendo en la confi anza plena puesta en Dios -no en las riquezas, no en el poder, no en uno mismo y los propios intereses, siempre parciales- es como se alcanza la felicidad que vivieron en la tierra y que ahora gozan en los cielos todos los santos. 


Que ellos nos ayuden. Aunque no estén en los altares los hemos conocido a tantos y tantos de ellos, nos lo hemos encontrado muy cerca, han caminado nuestro

mismo camino. Que Dios, por intercesión de ellos nos ayuden a caminar el suyo, que es el camino de la felicidad y la esperanza.


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martes, 28 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS


EL PAPA FRANCISCO 
ALABA A BENEDICTO XVI 
COMO UN GRAN PAPA ABIERTO 
A LA CIENCIA

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El Santo Padre Francisco hizo hincapié, ayer lunes 27 de octubre, en la grandeza del Papa Ratzinger e inauguró con profunda y emocionada alegría un busto en honor de su amado Predecesor, en un acto solemne, en la sede de la Pontificia Academia de las Ciencias, en el marco de la sesión plenaria de esta histórica institución, en la Casina Pío IV, en los jardines vaticanos.

»Este busto de Benedicto XVI evoca a los ojos de todos la persona y el rostro del querido Papa Ratzinger. Evoca también su alma: sus enseñanzas, sus ejemplos, sus obras, su devoción a la Iglesia y su actual vida ‘monástica’. Espíritu que lejos de quebrantarse con el pasar del tiempo, parecerá de generación en generación, ¡cada vez más grande y poderoso! 

»¡Benedicto XVI: un gran Papa! Grande por la fuerza y profundidad de su inteligencia, por su relevante contribución a la teología, grande por su amor a la Iglesia y a los seres humanos, grande por su virtud y su religiosidad. 

»Como saben bien, su amor a la verdad no se limita a la teología y a la filosofía, sino que se abre a las ciencias. Su amor a la ciencia se vuelca en su solicitud para con los científicos, sin distinción de raza, nacionalidad, civilización, religión; solicitud para con la Academia, desde cuando San Juan Pablo II lo nombró miembro de la misma.

Tras destacar que Benedicto XVI supo honrar a la Pontificia Academia de la Ciencias con su presencia y su palabra, nombró a muchos de sus miembros, entre ellos a Werner Arber, que la preside, el Papa Francisco recordó que fue el primero en invitar al Sínodo sobre la nueva evangelización a un presidente de la misma, conciente de la importancia de la ciencia en la cultura moderna. Y, poniendo de relieve el ánimo amable de su Predecesor, su amor a Dios y a las personas, el Obispo de Roma invitó a dar gracias a Dios por habernos donado a Benedicto.

»Por cierto, nunca se podrá decir de él que el estudio y la ciencia hayan hecho de él una persona árida, así como tampoco volvieron árido su amor a Dios y al prójimo. Todo lo contrario. La ciencia, la sabiduría y la oración han dilatado su corazón y su alma. ¡Demos gracias a Dios por el don que ha hecho a la Iglesia y al mundo con la existencia y el pontificado del Papa Benedicto!

El Papa Francisco destacó también el importante trabajo de los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias, con su gran aprecio y aliento por el impulso que dan al progreso científico y al mejoramiento de las condiciones de vida de la gente, en especial de los más pobres. 

Y sin entrar en el tema tan complejo de la evolución del concepto de naturaleza, que están tratando, quiso subrayar – recordando al Apóstol Pablo - que «Dios y Cristo caminan con nosotros y están presentes también en la naturaleza». 

Reiterando luego que «Dios no es un demiurgo ni un mago, sino el Creador» y que «el comienzo del mundo no es obra del caos», «sino que deriva directamente de un Principio supremo que crea por amor», el Papa Bergoglio hizo hincapié en que «el Big Bang que hoy se pone en el origen del mundo, no contradice la intervención del Creador divino, sino que lo exige».

Asimismo, una vez más, el Obispo de Roma recordó la responsabilidad de los seres humanos, de los científicos y de los científicos cristianos, en lo que respecta a la tutela y salvaguarda de la naturaleza y de la familia humana. Y puso en guardia contra las acciones de los hombres que destruyen la creación y contra el hombre que intenta ocupar el lugar del Creador: «es pecado contra Dios Creador»


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lunes, 27 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

LA IGNORANCIA EN LAS ESCRITURAS 

ES IGNORANCIA EN CRISTO






''El de ustedes, es el fruto de un trabajo paciente, cuidadoso, fraterno, competente y sobre todo creyente. Si no creerán, no comprenderán; si no creerán, no subsistirán'', dijo el Santo Padre Francisco a los miembros de la Alianza Bíblica Universal a los que recibió la mañana del lunes en la Sala del Consistorio para la presentación de la Biblia en lengua Italiana ''Palabra del Señor -La Biblia Interconfesional en lengua corriente''.

''Deseo – les dijo el Papa- que este texto, que se presenta con el beneplácito de la Conferencia Episcopal Italiana y de la Federación de las Iglesias Evangélicas en Italia, anime a todos los cristianos de lengua italiana a meditar, vivir, testimoniar y celebrar el mensaje de Dios''.

''Desearía tanto -agregó- que todos los cristianos pudieran aprender ''la sublime ciencia de Jesucristo'' a través de la lectura frecuente de la Palabra de Dios, ya que el texto sagrado es el nutriente del alma y la fuente pura y perenne de la vida espiritual de todos nosotros.
Debemos esforzarnos para que todos los fieles lean la Palabra de Dios, ya que ''la ignorancia de las Escrituras, en efecto, es ignorancia en Cristo, como dice san Jerónimo''.


 Antes de finalizar, Francisco les dio las gracias por su precioso trabajo y los animó a ''continuar el camino iniciado, para dar a conocer siempre mejor y hacer comprender más profundamente la Palabra de Dios viviente''.

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http://www.news.va/es/news/la-ignorancia-en-las-escrituras-es-ignorancia-en-2







domingo, 26 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

RENUNCIAR A LA VERDAD ES LETAL PARA LA FE.
BENEDICTO XVI 



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(Tomado de Religión en libertad)

Tras una semana de la finalización del Sínodo de Familia es interesante volver la vista atrás, para hacer balance y sacar conclusiones. El Papa Francisco ha señalado las tentaciones que ha detectado durante el proceso: 

La tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación de los celosos, de los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y también de los intelectualistas. 

La tentación del “buenismo” destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa ni las raíces. Es la tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y liberalistas”. 

La tentación de transformar la piedra en pan para terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra, y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de transformarla en “fardos insoportables” (Lc 10,27). 

La tentación de descender de la cruz para contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios. 

La tentación de descuidar el “depositum fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando ¡una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada!




sábado, 25 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

DON GONZALO ARANDA


Don Gonzalo Aranda se incorporó a trabajar en la Universidad de Navarra en 1969, un año después de que naciera la Facultad de Teología, del que es alumno de su primera promoción. Desde entonces, y a lo largo de 47 años, se ha dedicado, con la disponibilidad que le caracteriza, a la docencia y a la investigación en Sagrada Escritura.

El pasado el 23 de octubre la Facultad le rindió un homenaje con motivo de su jubilación. Estuvieron presentes profesores, alumnos, familiares, sacerdotes de su arciprestazgo, amigos y compañeros de este insigne biblista, reconocido internacionalmente.
En la primera parte del acto, el profesor Juan Miguel Díaz Rodelas, decano-presidente de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer, de Valencia, y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, explicó el último documento de dicha Comisión, "Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura", recientemente publicado.El ponente señaló los principales contenidos del documento, subrayando cómo la inspiración y la verdad son dos conceptos clave para una interpretación de la Biblia en la Iglesia.

Acto en honor del Prof. Dr. Gonzalo Aranda
A continuación el profesor Fernando Milán, uno de los últimos doctorandos del Prof. Aranda, presentó el volumen "Revelación, Escritura, Interpretación. Estudios en honor del Prof. Dr. Gonzalo Aranda Pérez", que recoge 15 estudios de profesores de diversas universidades: Lovaina, Pontificia de Salamanca, Gregoriana, Granada, de Navarra, entre otras.

Por su parte, el profesor Gonzalo Aranda agradeció el homenaje y aseguró que ese momento le invitaba a una reflexión: "la experiencia de la propia pequeñez y la confianza en la Iglesia. La Biblia es un monumento de culturas, de lenguas. Su contenido abre al lector a una trascendencia, que le hace ver su pequeñez y al mismo tiempo su valor a los ojos de Dios. Estudiar la Biblia me ha llevado a valorar y aceptar a  la Iglesia como lectora que ha sabido interpretar cada uno de sus libros", continuó.
"Como dice el Salmo 'me tocó un lote hermoso'. Han sido unos años con una tarea apasionante. Estudiar la Biblia y enseñar la Biblia con el lenguaje y el espíritu de la Iglesia. Siento una gran satisfacción por lo que dejo atrás: unos profesores jóvenes que prometen un buen futuro, tanto en la docencia como en la investigación".
El decano de la Facultad de Teología, el profesor Juan Chapa, agradeció al homenajeado el trabajo de todos estos años y le definió  como "una persona sabia, discreta, disponible y abierta de mente: no hay opinión o texto del que no esté dispuesto a aprender". Destacó su celo sacerdotal, ya que durante todos estos años ha desempeñado diversos cargos pastorales en la cuenca de Pamplona.
Acompañaron a Don Gonzalo sus hermanas, María y M. Ángeles. Entre los presentes se encontraban Monseñor Juan Antonio Aznárez, obispo auxiliar de Pamplona, y los profesores Antonio Aranda, Augusto Sarmiento y Josep-Ignasi Saranyana, compañeros promoción (D. José María Calvo de las Fuentes), quisieron también compartir con él esta jornada festiva.
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viernes, 24 de octubre de 2014

SENCILLAS VIVENCIAS

Benedicto XVI: No evangelizamos para ganar fieles, sino para transmitir la alegría que nos han dado


Un poco largo, pero merece la pena recogerlo y propagarlo.

Por primera vez después de su renuncia a la Sede de Pedro, el Papa emérito Benedicto XVI ha hecho público un mensaje. Lo ha enviado a la Pontificia Universidad Urbaniana, que este miércoles inauguró su recién restaurada aula magna, a la que se le ha puesto el nombre del Papa alemán. 


El mensaje del Santo Padre emérito fue leído por monseñor Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia, presente en la inauguración. 

El mensaje de Benedicto XVI recuerda que «no anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, ni mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada». 

La definición de la Iglesia como católica nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo ya no comprende un solo pueblo o una sola cultura, «sino que desde el inicio estaba destinada a la humanidad». Desde entonces, la Iglesia ha crecido en todos los continentes, como mostraban los rostros de los estudiantes reunidos en el aula. 

Sin embargo, hoy surge la pregunta de si «de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad. ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo?» Este modo de pensar presupone, la mayoría de las veces, que «las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad». Esta renuncia a la verdad «parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe». 

Sin embargo, los cristianos «estamos convencidos que, en el silencio», las demás religiones «esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia». El cristianismo, «por un lado mira con gran respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia historia religiosa».

Otro argumento «más simple» del Papa emérito a favor de la labor misionera de la Iglesia es que «la alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta».

Mensaje íntegro de Benedicto XVI


Quisiera en primer lugar expresar mi cordial agradecimiento al Rector Magnífico y a las autoridades académicas de la Pontificia Universidad Urbaniana, a los oficiales mayores, y a los representantes de los estudiantes por su propuesta de titular en mi nombre el Aula Magna reestructurada. Quisiera agradecer de modo particular al Gran Canciller de la Universidad, el Cardenal Fernando Filoni, por haber acogido esta iniciativa. Es motivo de gran alegría para mí poder estar siempre así presente en el trabajo de la Pontificia Universidad Urbaniana.


En el curso de las diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, siempre me ha impresionado la atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se preparan para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo interiormente ante mí, en este aula, una comunidad formada por muchos jóvenes que nos hacen percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia Católica.

Católica: Esta definición de la Iglesia, que pertenece a la profesión de fe desde los tiempos antiguos, lleva consigo algo del Pentecostés. Nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o a una sola cultura, sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las ultimas palabras que Jesús dice a sus discípulos fueron: Id y haced discípulos a todos los pueblos. Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en todas las lenguas, manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la amplitud de su fe.

Desde entonces la Iglesia ha crecido realmente en todos los continentes. Vuestra presencia, queridos estudiantes, refleja el rostro universal de la Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino mesiánico que habría ido de mar a mar y sería un reino de paz. Y en efecto, allá donde es celebrada la Eucaristía y los hombres, a partir del Señor, se convierten entre ellos un solo cuerpo, se hace presente algo de aquella paz que Jesucristo había prometido dar a sus discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed cooperadores de esta paz que, en un mundo rasgado y violento, hace cada vez más urgente edificar y custodiar. Por eso es tan importante el trabajo de vuestra universidad, en la cual queréis aprender a conocer más de cerca de Jesucristo para poder convertiros en sus testigos.

El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II, retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la Iglesia de hoy.

¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia ¿de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo? La contra-pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que religión sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe.

En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el fondo intercambiables, capaces de posponer solo de lejos al inaccesible misterio divino.

Queridos amigos, veis que la cuestión de la misión nos pone no solamente frente a las preguntas fundamentales de la fe, sino también frente a la pregunta de qué es el hombre. En el ámbito de un breve saludo, evidentemente no puedo intentar analizar de modo exhaustivo esta problemática que hoy se refiere a todos nosotros. Quisiera al menos hacer mención a la dirección que debería invocar nuestro pensamiento. Lo hago desde dos puntos de partida.

PRIMER PUNTO DE PARTIDA

1. La opinión común es que las religiones estén por así decirlo, una junto a otra, como los continentes y los países en el mapa geográfico. Todavía esto no es exacto. Las religiones están en movimiento a nivel histórico, así como están en movimiento los pueblos y las culturas. Existen religiones que esperan. Las religiones tribales son de este tipo: tienen su momento histórico y todavía están esperando un encuentro mayor que les lleve a la plenitud.

Nosotros como cristianos, estamos convencidos que, en el silencio, estas esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia. Es, en cambio, el ingreso en algo más grande, hacia el que están en camino. Por eso, este encuentro es siempre, al mismo tiempo, purificación y maduración. Por otro lado, el encuentro es siempre recíproco. Cristo espera su historia, su sabiduría, su visión de las cosas.

Hoy vemos cada vez más nítido otro aspecto: mientras en los países de su gran historia, el cristianismo se convirtió en algo cansado y algunas ramas del gran árbol nacido del grano de mostaza del Evangelio se secan y caen a la tierra, del encuentro con Cristo de las religiones en espera brota nueva vida. Donde antes solo había cansancio, se manifiestan y llevan alegría las nuevas dimensiones de la fe.

2. La religiones en sí mismas no son un fenómeno unitario. En ellas siempre van distintas dimensiones. Por un lado está la grandeza del sobresalir, más allá del mundo, hacia Dios eterno. Pero por otro lado, en esta se encuentran elementos surgidos de la historia de los hombres y de la práctica de las religiones. Donde pueden volver sin lugar a dudas cosas hermosas y nobles, pero también bajas y destructivas, allí donde el egoísmo del hombre se ha apoderado de la religión y, en lugar de estar en apertura, la ha transformado en un encerrarse en el propio espacio.

Por eso, la religión nunca es un simple fenómeno solo positivo o solo negativo: en ella los dos aspectos se mezclan. En sus inicios, la misión cristina percibió de modo muy fuerte sobretodo los elementos negativos de las religiones paganas que encontró. Por esta razón, el anuncio cristiano fue en un primer momento estrechamente critico con las religiones. Solo superando sus tradiciones que en parte consideraba también demoníacas, la fe pudo desarrollar su fuerza renovadora. En base a elementos de este tipo, el teólogo evangélico Karl Barth puso en contraposición religión y fe, juzgando la primera en modo absolutamente negativo como comportamiento arbitrario del hombre que trata, a partir de sí mismo, de apoderarse de Dios. Dietrich Bonhoeffer retomó esta impostación pronunciándose a favor de un cristianismo sin religión. Se trata sin duda de una visión unilateral que no puede aceptarse. Y todavía es correcto afirmar que cada religión, para permanecer en el sitio debido, al mismo tiempo debe también ser siempre crítica de la religión. Claramente esto vale, desde sus orígenes y en base a su naturaleza, para la fe cristiana, que, por un lado mira con gran respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia historia religiosa.

Para nosotros los cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que nos ayuda a distinguir entre la naturaleza de las religiones y su distorsión.

3. En nuestro tiempo se hace cada vez más fuerte la voz de los que quieren convencernos de que la religión como tal está superada. Solo la razón crítica debería orientar el actuar del hombre. Detrás de símiles concepciones está la convicción de que con el pensamiento positivista la razón en toda su pureza se ha apoderado del dominio. En realidad, también este modo de pensar y de vivir está históricamente condicionado y ligado a determinadas culturas históricas. Considerarlo como el único válido disminuiría al hombre, sustrayéndole dimensiones esenciales de su existencia. El hombre se hace más pequeño, no más grande, cuando no hay espacio para un ethos que, en base a su naturaleza auténtica retorna más allá del pragmatismo, cuando no hay espacio para la mirada dirigida a Dios. El lugar de la razón positivista está en los grandes campos de acción de la técnica y de la economía, y todavía esta no llega a todo lo humano. Así, nos toca a nosotros que creamos abrir de nuevo las puertas que, más allá de la mera técnica y el puro pragmatismo, conducen a toda la grandeza de nuestra existencia, al encuentro con Dios vivo.

SEGUNDO PUNTO DE PARTIDA

1. Estas reflexiones, quizá un poco difíciles, deberían mostrar que hoy, en un modo profundamente mutuo, sigue siendo razonable el deber de comunicar a los otros el Evangelio de Jesucristo.

Todavía hay un segundo modo, más simple, para justificar hoy esta tarea. La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta.

Cuando Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». Y Felipe, al cual se le donó el mismo encuentro, no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a aquél sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada.

Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría.

2. Forma parte de la naturaleza de la religión la profunda tensión entre la ofrenda mística de Dios, en la que se nos entrega totalmente a Él, y la responsabilidad para el prójimo y para el mundo por Él creado. Marta y María son siempre inseparables, también si, de vez en cuando, el acento puede recaer sobre la una o la otra. El punto de encuentro entre los dos polos es el amor con el cual tocamos al mismo tiempo a Dios y a sus Criaturas. ‘Hemos conocido y creído al amor’: esta frase expresa la auténtica naturaleza del cristianismo. El amor, que se realiza y se refleja de muchas maneras en los santos de todos los tiempos, es la auténtica prueba de la verdad del cristianismo.

Traducción realizada por Aci

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