viernes, 29 de abril de 2011





OCTAVA DE PASCUA

SÁBADO
SAN MARCOS 16, 9-15


Después de resucitar al amanecer del primer día de la semana, se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que se encontraban tristes y llorosos. Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron.
Después de esto se apareció, bajo distinta figura, a dos de ellos que iban de camino a una aldea; también ellos regresaron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco les creyeron.
Por último, se apareció a los once cuando estaban a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo:
—Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura.



Señor, resucitaste al amanecer del primer día de la semana, al tercer día de tu santa muerte. Tres días de fe y de esperanza. Al amanecer, pues, del domingo resucitaste glorioso para nunca más morir. Y te apareciste, Señor, primero a María Magdalena de la que habías echado siete demonios. ¡Cómo y con qué prontitud premiaste, Señor, el amor! María Magdalena, la de los siete demonios, la primera. Aunque antes, con toda seguridad, te habías aparecido a tu Santísima Madre y nuestra Madre, María.


Y María Magdalena, con las alas que da el amor, fue a decírselo a tus discípulos, que escondidos, esperaban, llenos de tristeza y llorando, alguna noticia. ¡La cosa no era para menos, Señor! Tres años caminando juntos, tres años oyendo tus palabras, tres años contemplando tus acciones milagrosas; tres años de charlas, de conversaciones, de desahogos, de intimidad; y, de repente, sus ojos, te vieron condenado, crucificado, muerto y sepultado.


Con asombro, en absoluto silencio, oyeron a María Magdalena que les contaba que te había visto: que Tú vivías, que ella te había visto; pero ellos no pasaban a creerlo; no sé si de alegría o de mie-do; pero no lo creían.


Luego supieron que te habías aparecido a dos de ellos —los de Emaús— cuando caminaban a la aldea, y a los once cuando estaban a la mesa, y que les habías reprendido por su incredulidad y dureza de corazón.


Señor, ayúdanos a creer, con total adhesión, en tus palabras.