DESDE M VENTANA
Y más allá de las casas del pueblo, de la escuela y de los edificios oficiales, está el bosque. El bosque, que desde aquí, desde mi ventana, lo percibo pequeño, encogido, casi lineal. Pero sé que detrás de esta línea verde obscura que desde aquí vislumbro, existe una gran espesura de dimensiones más grandes; sé que detrás detrás de esta línea sencilla, hay árboles y más árboles; sé que hay valles y colinas que avanzan hasta llegar a las cimas más altas, donde parece se toca la tierra con el cielo.
Desde mi vetana, pues, veo sólo pequeños detalles. Aunque sé que si nos acercamos al lugar, podremos contemplar cientos de árboles con sus enormes copas y sus enormes raíces. Es más, podremos ver las pequeñas retamas que serpentean por el suelo haciendo miles de curvas y la insignificante ramuja que hace de colchón a los ramos secos que de los árboles se desprenden. Y hasta las cuevas de alimañas o las huellas gruesas de animales más grandes. Y oir el cantar de los pájaros, el ruido del viento y percibir el silencio de los bosques.
Pero ahora, desde mi ventana, no veo casi nada. Por eso, me da tiempo para mirar hacia adentro y descubrir las maravillas del alma humana. Y pensar en los cielos nuevos y en la tierra nueva que nos espera. Y recodar las palabras del Apóstol de las gentes, San Pablo: “ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene preparado a los hombres”.
Miro a lo lejos no veo casi nada. Espero en el más allá y veo la vida eterna.
Y más allá de las casas del pueblo, de la escuela y de los edificios oficiales, está el bosque. El bosque, que desde aquí, desde mi ventana, lo percibo pequeño, encogido, casi lineal. Pero sé que detrás de esta línea verde obscura que desde aquí vislumbro, existe una gran espesura de dimensiones más grandes; sé que detrás detrás de esta línea sencilla, hay árboles y más árboles; sé que hay valles y colinas que avanzan hasta llegar a las cimas más altas, donde parece se toca la tierra con el cielo.
Desde mi vetana, pues, veo sólo pequeños detalles. Aunque sé que si nos acercamos al lugar, podremos contemplar cientos de árboles con sus enormes copas y sus enormes raíces. Es más, podremos ver las pequeñas retamas que serpentean por el suelo haciendo miles de curvas y la insignificante ramuja que hace de colchón a los ramos secos que de los árboles se desprenden. Y hasta las cuevas de alimañas o las huellas gruesas de animales más grandes. Y oir el cantar de los pájaros, el ruido del viento y percibir el silencio de los bosques.
Pero ahora, desde mi ventana, no veo casi nada. Por eso, me da tiempo para mirar hacia adentro y descubrir las maravillas del alma humana. Y pensar en los cielos nuevos y en la tierra nueva que nos espera. Y recodar las palabras del Apóstol de las gentes, San Pablo: “ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene preparado a los hombres”.
Miro a lo lejos no veo casi nada. Espero en el más allá y veo la vida eterna.