martes, 30 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MONAGUILLO, PILLO


Un recuerdo vivo de aquel año largo que pasé como coadjutor de la Parroquia de Santo Tomás, Apóstol de Barruelo, es el referido a los “managuillos” de dicha Parroquia.

Era normal, entonces, que en cualquier parroquia hubiera un numeroso grupo de monaguillos. Solían ser chicos entre los diez y catorce años. Monaguillos mayores de esta edad no era cosa habitual. En efecto, cuando los chicos cumplían catorce años y se salían de la escuela, dejaban también de acudir a la Iglesia como ayudantes.

En la Parroquia de Santo Tomás existía un grupo de monaguillos, escogido por Don Manuel y formados por el mismo a lo largo de varias sesiones, llenas de cariño y delicadeza.

Al comenzar el curso, todos los años, les daba unas sencillas normas que procuraba cumpliesen. Estas normas se referían al orden de actuación, y al comportamiento tanto en la sacristía como, sobre todo, en el altar.

Ahora bien, del dicho al hecho hay mucho trecho. Por eso, aunque las normas eran claras y los monaguillos habitualmente se comportaban con dignidad, no faltaban casos  en los que algunos dejaban bastante que desear.

Era el caso de Wenceslao, el rubio, conocido como el monaguillo travieso, juguetón, inquieto. Más de un regañina recibió de Don Manuel, y también más de una crítica del pueblo.

Pero hay seguía de monaguillo, haciendo de las suyas, llamando la atención, pero ayudando en  oficio tan noble. Haciendo bueno el dicho: “monaguillo, pillo”.


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