viernes, 3 de diciembre de 2010

LA MIES ES MUCHA
PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

SÁBADO
SAN MATEO 9, 35, 10, 6-8

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=GWlIfEFtlsw
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus Sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces les dijo a sus discípulos:
—La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas las enfermedades y dolencias. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón Cananeo y Ju-das Iscariote, el que le entregó.
A estos doce los envió Jesús, después de darles estas instrucciones:
—No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y predicad: El Reino de los Cielos está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento.

Cuando recuerdo tus correrías, Señor, por tierras de Palestina, por las grandes ciudades y o por las pequeñas aldeas, me conmuevo por dentro. El alma se me pone de puntillas y el espíritu borbotea en mi interior acciones de gracias. ¡Dichosas las ciudades y benditas las aldeas que tuvieron la suerte de recibir tus visitas! ¡Y benditas las Sinagogas y los hogares, las calles y los campos por donde predicaste la Buena Noticia, curaste enfermedades y aplacaste las dolencias!

¡Misterio de la gracia y de la libertad! Eras Dios y te sometiste a limitaciones de tiempo y espacio: de no llegar a todo ni a todos; eras hombre y soñabas tocar hasta el último rincón de Palestina y te faltaron horas y días. Podías hablar con cada uno y te dirigías a grupos numerosos, a multitudes ingentes. Eras dueño del tiempo y te faltaban jornadas. Eras fuerte y te viste privado de brazos robustos.

Y como muestra de tu libertad, aquel día llamaste a los doce y les otorgaste extraordinarios poderes. Y les llamaste por su nombre. Y les diste precisas instrucciones; y les marcaste un orden: primero predicad, luego curad. Y hacerlo todo gratuitamente, sin esperar nada, porque gratis lo habéis recibido.

Y este ha sido tu proceder a lo largo de la historia. Y así sigues, Señor, contando con nuestros pobres brazos, con nuestra torpe palabra y con nuestras fuerzas débiles. Y sigues llamándonos por nuestro nombre, y sigues confiando en nuestra debilidad.

Nosotros, hoy, como entonces, delicadas criaturas, te vamos ayudando.