jueves, 15 de abril de 2010

SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

VIERNES
SAN JUAN 6, 1-15                   

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Después de esto partió Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, el de Tiberíades. Le seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Pronto iba a ser la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, al le-vantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe:
—¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? —lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le respondió:
—Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
—Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pe-ces; pero, ¿qué es esto para tantos?
Jesús dijo:
—Mandad a la gente que se siente —había en aquel lugar hierba abundante. Y se sentaron un total de unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, y después de dar gracias, los repartió a los que estaban senta-dos, e igualmente les dio cuantos peces quisieron. Cuando quedaron sa-ciados, les dijo a sus discípulos.
—Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda.
Y los recogieron, y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Aquellos hombres, viendo el signo que Jesús había hecho, decían:
—Éste es verdaderamente el Profeta que viene al mundo.
Jesús, conociendo que estaban dispuesto a llevárselo para hacerle rey, se retiró de nuevo al monte él solo.


Hoy, en palabras de San Juan, volvemos a recordar aquella escena maravillosa de la multiplicación de los panes y los peces. Señor, te habías pasado a la otra orilla del lago de Tiberíades. Te seguía mucha gente porque había contemplado admirada los signos que hacías. ¡Qué escenas tan hermosas, tan llenas de emoción y de contenido y, a la vez, de naturalidad!

Dejaste la barca, subiste a la montaña y te sentaste rodeado de tus discípulos. Estaba cerca la Pascua. Tú levantaste los ojos, viste a las personas que llegaban y dijiste a Felipe ¿cómo podremos dar de comer a tantos? Felipe te dijo: imposible, necesitaríamos una fortuna. Acertaba a pasar por allí Andrés y dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces”. Pero ¿qué es eso para tantos?

A continuación, mandaste que la gente se sentara. Y todos se sentaron. Eran varios miles. Tomaste los panes, los bendijiste y ayudado por tus discípulos los repartisteis a los que estaban sentados y lo mismo hicisteis con el pescado.

Al final, los propios discípulos recogieron las sobras. Llenaron doce canastas. Las gentes al ver “el signo” que Tú habías hecho, decían: este es el Profeta que tenía que venir al mundo. Y Tú, Señor, sabiendo que iban a proclamarte Rey, te retiraste otra vez a la montaña, solo.

No había llegado tu hora.