jueves, 28 de abril de 2011

VIERNES DE PASCUA


SAN JUAN 21, 1-14


Después volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro:
—Voy a pescar.
Le contestaron:
—Nosotros también vamos contigo.
Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada.
Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípu-los no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús:
—Muchachos, ¡tenéis algo de comer!
— No— Le contestaron:
Él les dijo:
—Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro:
—¡Es el Señor!
Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces.
Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. Jesús les dijo:
—Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red. Jesús les dijo:
—Venid a comer.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle:
—¿Tú quién eres?, pues sabían que era el Señor.
Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

 
Mar de Tiberíades. ¡Cuántas veces tus discípulos se habían encontrado contigo, Señor, en este lugar. Cuántos recuerdos y cuántas ilusiones y cuántos proyectos! Por eso, quizás, quisiste manifestarte también aquí a tus discípulos después de resucitado. Así lo cuenta uno de los protagonistas: Estábamos, entre barcas y redes, Pedro, Tomás, Natanael, mi hermano y yo y otros dos discípulos. Entonces, Pedro nos dijo que él se iba a pescar, nosotros le dijimos que le acompañábamos. Salimos, pues, los siete y subimos a la barca. Pero aquella noche no pescamos nada. Fue una anoche en blanco.


Pasada la noche, llegó el amanecer. Allí, en la orilla, estabas Tú, Señor, pero ninguno de los siete pescadores te reconocimos. Tú dijiste: que, pescadores, ¿tenéis algo que comer? Y te contestamos: nada. Tu insististe: yo os aconsejo que echéis la red al lado derecho de la barca y encontraréis pesca. Y nosotros, pescadores de toda la vida, fiados en no sé que razones (la razón a veces no tiene razones) te obedecimos y la echamos.


Al poco rato, nos vimos mal para sacar la red, por la cantidad de peces. Aquello había sido un milagro. Entonces, Juan, con total seguridad, le dijo a Pedro: ese que nos ha dicho tal y tal es Jesús, el Señor. Pedro se vistió de prisa y se echó al mar. Mientras, los demás llegamos con la barca, no estaba lejos de tierra, a unos cien metros, arrastrando la red con los peces.


Y al salir a tierra —¡qué detalle!—, vimos unas brasas y un pescado sobre ellas y pan. Y Tú, Señor, nos dijiste: acercadme los peces que acabáis de pescar. Entonces Simón Pedro sacó la red, tenía ciento cincuenta y tres peces. Tú nos dijiste: venid y comed; y nadie decía nada, ni preguntaba nada, porque estábamos seguros de que eras Tú.


Tú, Señor, siempre en los detalles, tomaste el pan y nos lo diste, y lo mismo el pescado. Y comimos felices; y escuchamos palabras de ánimo y de consuelo. Fue esta la tercera vez que Tú, Señor, te apareciste a tus discípulos después de resucitar de entre los muertos.