EL PAPA PABLO VI SERÁ BEATIFICADO
EL PRÓXIMO 19 DE OCTUBRE
EL PRÓXIMO 19 DE OCTUBRE
"De niño
era un pequeño travieso"
Por Renzo Allegri
ROMA, 16 de octubre de 2014 (Zenit.org) - Pablo VI
será beatificado por el papa Francisco el domingo 19 de octubre, a las 10.30
horas, durante la misa conclusiva del Sínodo extraordinario sobre la
familia, en la plaza de San Pedro. Bresciano, nacido el 26 de septiembre
de 1987, Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, pertenecía a una
familia burguesa. El padre, Giorgio Montini, era un abogado, y fue durante varios
años director del periódico católico “Il cittadino di Brescia”, y durante tres
legislaturas, diputado en el parlamento italiano en el partido de Don Sturzo.
Tenía dos hermanos, Ludovico, abogado y hombre político y Francesco, médico.
Montino fue elegido Papa el 21 de junio de 1963,
sucediendo a Juan XXIII. Estuvo en el trono de Pedro hasta el 6 de agosto de
1978, cuando murió en Castel Gandolfo. Tenía 80 años.
Es uno de los grandes papas de la historia. No muy
popular entre el gran público, porque se conoce poco. Era por naturaleza
humilde y reservado, y a muchos le parecía "frío y calculador",
"un intelectual despegado". Pero aquellos que tuvieron la suerte de
verlo de cerca y conocerlo bien, lo consideraban de otra manera. Un hombre muy
amable, sensible y extremadamente culto. Generoso, listo para hacer las cosas
con total discreción y como un don. Un hombre de un grandísimo afecto.
Cultivador de la amistad. "La vida de la amistad es una segunda
vida", afirmaba. Jean Guitton, el gran académico francés que fue su amigo,
lo definió como "un aristócrata del espíritu, un verdadero artista".
Los historiadores están de acuerdo en afirmar que su
importancia en el mundo, para su cultura, sus documentos de gran valor también
social y para ser el timonel del Concilio Vaticano II, ha sido gigantesca. Lo
han definido "Papa de la Iglesia", "Papa de la humanidad",
"Papa de la paz". Es el Papa que ha inaugurado el "ministerio
itinerante", exaltado después por Karol Wojtyla. Pablo VI realizó nueve
peregrinaciones fuera de Italia, entre las que destaca el viaje a Tierra Santa
en 1964. Ningún Pontífice, excepto San Pedro, había estado nunca en le tierra
donde nació Jesús.
Por el hecho de que era humilde y reservado, nunca
tuvo la gran popularidad de masa, que afecta a las personas en los vértices de
la visibilidad mundial, como sucede en general también a los Papas. Desde un
punto de vista humano, de la persona privada de Giovanni Battista Montini se
conoce muy poco. A lo largo de los años, como periodista me he interesado en
varias ocasiones en él, entrevistando a quien lo conocía bien por haber estado
cerca suyo, y encontrando cada vez detalles interesantísimos e inéditos, que me
fascinaban.
En 1968, supe que estada aún vivo el maestro de la
escuela elemental de Pablo VI. El que le había enseñado los primeros elementos
de la escritura, de la lectura, que le había abierto al mundo del saber. Lo
busqué y fui a verlo.
Se llamaba Ezechiele Malizia, vivía en Camignone, en
la provincia de Brescia. Era septiembre, y el señor Malizia había cumplido
recientemente 89 año, pero no aparentaba más de 70. Mente lúcida, sonrisa
deslumbrante y la pipa siempre encendida en la boca. Hablaba enunciando
claramente todas las palabras y buscando con insistencia los vocablos más
apropiados. Recordaba meticulosamente los sucesos a los que había asistido
durante su larga existencia y los contaba con gran detalle. Caminaba derecho,
sin cansancio, y su mano, cuando encendía la pipa o se llevaba a los labios un
vaso de vino, estaba quieta como la de un jovencito.
"Tenía 24 años cuando la madre de Giambattista
Montini me llevó a su niño que debía comenzar la primera clase de
elemental", me dijo Ezechiele Malizia. "Era maestro en el Colegio
Arici, en Brescia. Conocía la familia Montini porque había tenido como alumno
también al hermano mayor de Giovanni Battista, Ludovico. El futuro Papa hizo
conmigo la primera y la segunda elemental".
Las preguntas que le hice a lo largo de la larga
conversación eran las lógicas para esa circunstancia. Le pregunté cómo se
comportaba en la escuela, si era bueno, inteligente, disciplinado y si por
casualidad desde entonces se podía intuir que comenzaría una carrera
eclesiástica.
Ezechiele Malizia me sorprendió afirmando
categóricamente: "Oh no, no habría pensado nunca que se haría sacerdote y
después Papa. Desde cuando lo vi por primera vez han pasado exactamente 65
años. Y, después de tanto tiempo, no es fácil recordar todo. Por tanto, el
pequeño Giambattista no lo he olvidado nunca. ¿Y sabe por qué? Porque se
distinguía entre todos, y no por ser un niño tranquilo. Era un pequeño
travieso. Muy delgado, esquelético, parecía tener azogue. Era muy
vivaz, de una vivacidad que casi preocupaba. La madre, cuando lo llevó a la
escuela, vino a confiármelo. Temía que ninguno consiguiera ponerle freno. Debo
decir que me costó también a mí, tanto que para tenerlo quieto y para que
estuviera atento a las clases, me vi obligado a sentarle en primera fila,
delante del encerado: así está bajo control continuamente".
"Los niños, en aquella época, entraban en clase a
las nueve de la mañana y salían a medio día, retomaban a las 2 y volvían a casa
a las 4. No había ninguna pausa durante las clases. Fui el primero en
trasgredir el reglamento y llevar a mis alumnos, después de una hora y media de
clase, al patio de la escuela para que, jugando, descargaran su tensión y
después estuvieran más atentos. Yo también jugaba con ellos. Giambattista era
uno de los más revoltosos. Le dejaba correr como una peonza, así se descargaba
y después en el aula estaba atento".
"Diría que los resultados fueron óptimos, al
menos así fueron juzgados por la madre de Giambattista que, después, para darme
las gracias, me invitó una semana en su villa en Verola Vecchina. Creo que
Giambattista también entendió que el método usado por mí era apropiado para
él".
"Después de la elemental no vi más a
Giambattista, pero él no se olvidó de mí. Cuando fue elegido Papa fui a verlo,
y él, recordando los tiempo de la escuela elemental me dijo: 'Querido maestro,
¿se acuerda cuando me tiraba de las orejas porque estaba siempre
distraído?'"
"Estaba conmovido y también confuso. No pensaba
que el Papa se acordara de mí. Sin embargo fue muy amable. Continuaba hablando
y recordando y, por la emoción, me parecía estar dormido y soñar. Me quedé con
el Papa más de media hora. Y en un momento, me puso en el cuello un collar con
un escudo y me dijo algunas cosas. No entendí nada. Cuando salí, los monseñores
que me había acompañado, me llamaron 'comendador'. Me informé, y supe que el
Papas, dándome ese collar, me había nombrado 'Comendador de San
Silvestre'".
"No podía creerlo. '¡Yo, comendador! El colmo
para mí, que soy hijo de un campesino. Mi padre, hasta los 20 años, trabajaba
para los condes Duco. Después partió, para combatir con el ejército
de Víctor Manuel II. Hizo las campañas del 1859, del 1860 del 1861.
Comenzó como soldado sencillo y volvió a casa con el grado de capitán. Durante
la guerra de 1915, yo quise imitar a mi padre. Era hijo único y por tanto
exento de hacer el servicio militar, pero me uní como voluntario. Volví a casa
con el grado de capitán yo también. Son glorias de familia a las cuales siempre
he estado muy unido, pero este honor que me dio el Papa, recordando los días de
su infancia, cuando venía a la escuela y yo le "tiraba de las orejas"
para que estuviera atento y no se equivocara al escribir las letras del
alfabeto, es el título honorífico del que estoy más orgulloso".