sábado, 5 de octubre de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

LA PEONZA, 
EL CORDEL Y LOS BUITRES


Aquella mañana había ido, acompañado de dos de mis hermanas, a recoger una cesta de guindas, de unos guindales que tenían mis padres en el Páramo. Estaban estos guindales en la parte alta de una finca, conocida con el nombre de "la falda del Páramo".

Además de la cesta, de las ganas de trabajar, llevaba en mi bolsillo una peonza  y un cordel nuevo  que servía para hacerla bailar y jugar a distintos juegos de aquellos tiempos.

Cuando llegamos a la guindalera, para poder coger las guindas con más facilidad y esmero, dejé la peonza y el cordel en el suelo, junto a espino que crecía a la orilla de la finca.

Entre coge y coge y entre come y come (llenar el buche), si hizo hizo la hora de marchar. La cesta llena de guindas y también la barriga, aunque en ésta menos.

Hasta que no llegué a casa no advertí que me había olvidado la peonza y el cordel en la guindalera. Había que volver al Páramo. Y volví, acompañado por mis dos hermanas.

Al llegar nos topamos con un grupo de buitres que banqueteaban, dando buena cuenta de un animal muerto depositado en lo hondo del cárcavo. Otros estaban apartados del festín.

No sé cuantos buitres había, pero a mi y a mis hermanas nos entregó cierto miedo, ya que había que pasar muy cerca de los buitres para acceder a la peonza y al cordel.

Sacando fuerzas de flaqueza, llegamos hasta el lugar donde estaba la peonza y el cordel. La cogimos y sin mirar a los lados, ni escuchar los gritos de aquellos pajarracos, nos dimos a la huida.

Lejos de aquel lugar, respiramos. Habíamos salido ilesos de aquella prueba. Habíamos conseguido la peonza y el cordel y, sobre todo, habíamos vencido el miedo.


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