Lo veo casi
todos los días. Algunos días en el templo, otros, por la calle. En
ocasiones, en ambos lugares. Es un feligrés, jubilado, lleno de años y siempre
de buen humor.
Hace años
que lo conocí. Era entonces más joven, pero como es mayor que yo, siempre me ha
aparecido un señor mayor. Sé algunas cosas de su vida. El mismo me las ha
contado en repetidas ocasiones.
Pero no es
mi intención en estos momentos airear sus andanzas y sus historias del pasado. Sencillamente,
si hoy traigo a este espacio, de “sencillas vivencias”, a este feligrés, es por que
esta mañana me he encontrado con él, en medio de la calle.
Además del saludo habitual, no faltó en la conversación, hablar del tiempo. La verdad sea
dicha, siempre, pero siempre, cuando me tropiezo con este feligrés en la calle, hablamos del tiempo.
En un
santiamén, me puso al día de la temperaturas hoy: las de las primeras
horas de la mañana, las que había en el momento de la conversación y si no me
adelantó las que habrá mañana, fue porque le faltó tiempo.
También hablamos de Dios y hablamos a Dios. Hacemos oración. Decía Santa Teresa de Jesús, nuestra Patrona, hacer oración, “es tratar de amistad con quien sabemos
nos ama”.