VIERNES
SAN MARCOS 7, 31-37CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
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De nuevo, salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le imponga su mano. Y apartándolo de la muchedumbre, le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua; y mirando al cielo, suspiró, y le dijo:
—Effetha, que significa: “Ábrete”.
Y se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pe-ro cuanto más se lo mandaba, más lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían:
—Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Y en tu constante caminar, Señor, ibas de un lado para otro. Dejas Tiro y te pasas por Sidón, atravesando la Decápolis, hacia el lago de Galilea. Allí, junto al lago disfrutabas del clima del mar, enseñabas tu doctrina y formabas a “los tuyos”. El agua y el sol, la brisa y el viento..., como te gustaban. ¡Quizás te recordaban estas cosas la fuerza del Espíritu!
Y allí, junto a las aguas, en un momento dado, unos desconocidos te presentaron un hombre sordo. Y te pidieron, Señor, que le impusieras las manos. Tus manos divinas. ¡Qué fuerza y qué poder tenían tus manos! Te pidieron eso, que impusieras tus manos sobre la cabeza del enfermo; su pelo quizás era negro oscuro y raído por el sol.
Y Tú, Señor, sin decir nada, realizaste un hermoso rito: sacaste al joven de entre la gente hacia un lado, le metiste tus dedos divinos en sus roñosos oídos, y con la fuerza de tu saliva le tocaste su lengua de trapo. Y luego miraste al cielo —mientras todos te miraban a Ti— diste un suspiro de amor y dijiste a aquellos oídos sordos y a aquella lengua inútil: effetá, esto es, ábrete, abriros.
Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua. Y aquel hombre oía y hablaba sin dificultad. Y recitaba acciones de gracias y oía mandatos de amor. Y Tú, Señor, —Tú sabrás por qué— les mandaste callar la boca, que no dijeran nada a nadie. Pero, nada, cuanto más insistías menos caso te hacía —Tú sabrás por qué— y con más insistencia proclamaba tu amor a los hombres.
Y todos fuera de sí decían todo lo hace bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.