UN SALUDO ROBADO
El
paraguas, su mismo nombre lo indica, sirve para detener el agua que mansamente
o con fuerza cae desde las nubes a la tierra. En ocasiones, su servicio es eficaz; en otras, cuando hace viento, el servicio es mínimo. En estos últimos casos, el agua se acurruca en
la tela y baja revoltosa salpicando abrigo, pantalones, zapatos.
Hoy he descubierto otro aspecto negativo del paraguas. Eran las nueve de la mañana.
Salía al trabajo como de costumbre. Llovía suavemente. Una señora venía en dirección
contraria a la que yo llevaba. La misma señora
que todos los días se dirige a la compra tirando de un carrito con ruedas pequeñas.
Al llegar a
mi altura, todos los días, me da un “buenos días”, que yo correspondo con
otro: “buenos días”. Pues bien, hoy, ambos hemos faltado al saludo. Los dos, porque llovía, llevábamos
el paraguas abierto; y. además, los dos un tanto inclinado a causa del viento que soplaba de lado. Por eso, cuando
nos hemos cruzado no ha habido saludo.
El paraguas ha sido el culpable: nos ha tapado la cara,
nos ha robado el saludo. Algo de culpa, se llevará el viento y el agua. Sea lo que fuere, dicho robo me ha dado la oportunidad de escribir esta sencilla vivencia.
PARA ESCUCHAR