lunes, 17 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

MARTES
SAN JUAN 17, 1-11

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Jesús, después de pronunciar estas palabras, elevó sus ojos al cielo y dijo:
—Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste potestad sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera.
»He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, tu me los confiaste y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido glorificado en ellos.
»Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti. Padre Santo guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros

Llegó la hora. Así nos lo dejaste dicho: Padre ha llegado la hora. Y pediste al Padre que te glorificara y que Tú glorificaras al Padre y que la vida eterna llegara a los que habías elegido. Así, a primera vista, “la hora” era irremediable, aunque era para bien: era la hora de las bendiciones, de la verdad, de la promesa.

Explicarías después qué es la vida eterna: la vida eterna es conocer a Dios Padre, conocerte a Ti, Dios Hijo, conocer a Dios Espíritu Santo. Y para conocer estas cosas necesitamos tu ayuda, “sin Ti nada, Señor”. Una vez más la pregunta: ¿por qué unos te conocen y otros no? ¿no nos ayudas a todos, Señor? Y si es así, ¿por qué no aceptamos tus palabras?, ¿por qué no te aceptamos a Ti?, ¿por qué no queremos conocerte?

Luego dirías: todo está llegando a su fin. “He coronado la obra que me encomendaste”. Ahora, llegará el premio de la gloria. Y he hablado de Ti, Padre, a los que me diste; han guardado tu palabra; han conocido que todo lo que tengo es recibido de Ti; han recibido mis palabras que eran tuyas; han creído que yo salí de Ti. Por eso, ahora te ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por estos.

La emoción era creciente: “Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar aquí, en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, mientras que yo voy a Ti”. Emoción: era la hora de la despedida, de la muerte, de la crucifixión y, a la vez, la hora del conocimiento, de la promesa, de la resurrección.