PRIMERA NEVADA DEL AÑO
Al fin llegó la nieve. ¡Qué hermosa es la nieve vista
desde dentro de casa! También es divertido andar sobre ella, deslizarse en
trineo o en esquíes, hacer muñecos, tirarse bolas. Es
la cara simpática y bonita de la nieve. Pero la nieve tiene también su cara negra, sus graves peligros. Hoy al ver la nieve, me acordaba de los días felices transcurridos en
Lebanza, cuando nevaba fuerte sobre la montaña palentina; de los grandes ratos
pasados en la nieve; de las mañana de asueto abriendo carretera; del bocadillo de
pan tierno, del chorizo y la bota de vino. Pero también me acordaba de las horas malas sufridas entre Cillamayor y Matabuena; y, sobre todo, me acordaba de aquella mañana en que
desorientado, sólo pude acertar donde se encontraba el pueblo, guiado por el canto de un
gallo de un corral. Lo bueno y lo peligroso de la nieve. A propósito de la nieve me venía a la memoria este sucedido: "Las Navidades de 1917-1918 fueron extremadamente frías. El termómetro se mantuvo a catorce grados bajo cero durante muchos días y la ciudad quedó casi paralizada. Un día de aquellos, tras una fuerte nevada, sucedió un hecho que, aunque pueda parecer intrascendente, cambió el horizonte de su vida: vio unas huellas en la nieve, las huellas de un carmelita que caminaba con los pies descalzos por amor a Dios.
Al ver aquellas huellas, Josemaría experimentó en su alma una profunda inquietud divina que le suscitó un fuerte deseo de entrega. Otros hacían tantos sacrificios por Dios y él —se preguntó—... ¿no era capaz de ofrecerle nada?.
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