viernes, 22 de octubre de 2010

LA HIGUERA
VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 13, 1-9

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo:
—¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? ¡No!, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente.
Les decía esta parábola:
—Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces le dijo al viñador: “Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?” “Pero él le respondió: “Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás”.

Tu andar, Señor, era ligero, presuroso, ágil. ¡Tenías tanto que hacer, que el tiempo te parecía siempre corto! Y aunque sabías, como nadie, que no se trata de correr mucho, sino de correr bien; que no se trata de hablar mucho, sino de hablar correctamente; siempre querías llegar a más, predicar a más, hacer más curaciones, excederte.

Una mañana, o quizás una tarde, te cogieron por su cuenta “unos” entendidos “que te contaban lo de los Galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios”. En el relato es probable que pusieran el corazón y el alma, y es casi seguro que Tú, Señor, los escuchabas con atención y gran interés.

Al acabar el relato, Tú, Señor, quisiste aclarar un poco más aquel suceso. Y les preguntaste: ¿pensáis que aquellos galileos que perecieron eran peores que los demás que no perecieron? No lo eran, os lo aseguro. Pero conviene arrepentirse para no caer en la misma condena. Y, a continuación, recordaste a aquellos sobre los que cayó la torre de Siloé; tampoco eran peores.

Y, por el contexto, parece que fue a continuación cuando dijiste, Señor, lo del hombre que tenía una higuera, de cómo fue a buscar higos y no los encontró; de cómo se había enfadado y mandó arrancarla; pero por intercesión del viñador quiso darle una nueva oportunidad; que él la cavaría, le echaría abono y que entonces da-ría fruto; y si no, que la cortase.

Parece que el dueño consintió en hacerlo así. Y esperó un año y otro año, un mes y otro mes esperó. Y una y otra vez acudió a buscar frutos; y una y otra vez, probablemente se encontró con la higuera vacía. Y cada año volvía a hacer los mismos propósitos de cuidarla y atenderla. Y otra vez lo mismo.

Fue así como la higuera se hizo vieja. Y un día, al fin, la cortaron, de su leña se hizo un buen fuego para calentar la habitación de la vida y un pequeño cuadro donde el dueño escribió: ¡Misericordia!


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