martes, 4 de enero de 2011

SAN BARTOLOMÉ
FERIA DE NAVIDAD

5 DE ENERO
SAN JUAN 1, 43-51

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=m4ZLNfzAwZs

Al día siguiente determinó encaminarse hacia Galilea y encontró a Felipe. Y le dijo Jesús:
—Sígueme.
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo:
—Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José.
Entonces le dijo Natanael:
—¿De Nazaret puede salir algo bueno?
—Ven y verás —le respondió Felipe:
Vio Jesús a Natanael acercarse y dijo de él:
—Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez.
Le contestó Natanael:
—¿De qué me conoces?
Respondió Jesús y le dijo:
—Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera,
Respondió Natanael:
—Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
Contestó Jesús:
—¿Porque te he dicho que te vi debajo la higuera crees? Cosas mayores verás.
Y añadió:
—En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.

Esta vez te dirigías hacia Galilea. Por el camino encontraste a Felipe. Le dijiste que te siguiera. Y él te siguió sin rechistar. Era Felipe de Betsaida, del pueblo de Simón y de Andrés. Buena gente la de aquella población. Tú bien sabías por dónde ibas.

Felipe quedó impresionado. A los pocos días, a las pocas horas tal vez, le habló a Natanael y le comunicó que “aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas él lo había encontrado”. Y le dijo que se llamaba Jesús, y que era de Nazaret, y que era hijo de José, y que su Madre se llamaba María.

Natanael se echó a reír. Se dio media vuelta y exclamó: “De Nazaret no puede salir nada bueno”. Pero Felipe —enamorado perdido por Ti— insistió: Mira, Natanael, si no me crees a mí, ven y Tú mismo lo verás; sé dónde vive. Ven, que yo te lo presento.

Y fueron. Y te encontraron, Señor. Tú —lo recuerdas—, estabas sentado con un grupo de amigos, a la puerta de tu casa. En esto, viste que se acercaban dos personas. Felipe y Natanael. Y dirigiéndote al grupo, dijiste señalando a Natanael: “Mirad, un hombre de palabra, sensato, leal”. Natanael quedó de una pieza. Se extrañó. No podía explicarse de qué le conocías. Y Tú, Señor, proseguiste: “antes que te llamara Felipe, cuando descansabas bajo la higuera, yo te eché una mirada de cariño, te llamé”. Y Natanael dijo: “Estoy seguro; Tú eres el Mesías”.

Y Tú, Señor, te pusiste de pie. Y mirando a Natanael, le dijiste: amigo, no te emociones. Verás cosas mayores: verás que se abre el cielo y los ángeles se escapan en bandada; los verás subir y bajar; te sentirás protegido y querido como soy yo querido y protegido. ¡Natanael, con el tiempo, verás cada cosa!

Y allí estaba yo, Señor, boquiabierto, alelado, contemplando maravillas. No me enteré cuántos estábamos allí contigo, Señor, pero ¡éramos tantos! No todos tan nobles ni tan sinceros, como Natanael, pero como Tú, Señor, nos has ido cepillando las aristas; nos has ido dejando presentables, ahora algo nos parecemos. Y, en esto, se oyó un ruido como de ángeles que subían y bajaban en bandada. Pero nadie vio nada.