domingo, 11 de enero de 2015

VIEJOS ESCRITOS

Y ME HABLÓ LA MADERA

De nuevo, Santa Teresa comenzó a hablarme. Me senté de nuevo y comencé a escuchar. “Después de un tiempo no muy largo -siguió-, aunque no sería capaz de precisar, llegaron otros hombres. venían andando. Detrás les seguían unas caballerías, una más grande, parecía una vieja yegua, la otra más joven y más pequeña, se trataba de un asno de carga. Sobre el asno colgaban unas viejas alforjas. El más joven de los hombres, desatando la alforja sacó de ella una pequeña sierra y dos hachas. También extrajo, no sin dificultad dos estacones, unas mazas y algunas cuerdas.
Trabados los animales, los dos hombres, con sus herramientas en las manos, se acercaron hasta mí. ¿Qué irían a hacer? Dejaron las herramientas en el suelo y se sentaron sobre la hierba que crecía a mi alrededor. Enseguida comenzaron a comer unos hermosos bocadillos que traían envueltos en viejos periódicos. De vez en cuando, entre mordisco y mordisco, echaban largos tragos de vino estrujando una hermosa bota de pellejo.
Hablaron un rato. Fumaron sendos cigarros. Por fin se acercaron hasta mí. Con las hachas comenzaron a mellar mi tronco. Ahora, mientras trabajaban, apenas hablaban. Tan sólo breves monosílabos y gorjeos ininteligibles. Después de haber asestado certeros golpes sobre mí con el hacha, prepararon la sierra y comenzaron a trocear mi grueso tronco. De sus frentes caían gordas gotas de sudor. Al compás del ruido de la sierra iban perforando mis entrañas. 

¿Qué iba a ocurrir?
PARA ESCUCHAR