LA EXPERIENCIA, MAESTRA DE LA VIDA
Me crucé con él, en medio de la plaza que se
extiende frente a mi ventana. Nos saludamos siempre que nos vemos. A veces
echamos un “parlao”. Hoy simplemente le dije: ¡“Con visera, en este tiempo y
además con paraguas”!. Me respondió: La visera para defenderme del sol (en esos
momentos relucía el sol), y el paraguas para defenderme de la lluvia. (Al poco
rato llovía).
Después de las breves palabras que ambos nos
dirigimos, camino ya de mi casa, pensé: ¡cuánto enseña la experiencia! ¡Qué
sabios son los ancianos! Bien sabía, mi buen amigo, que el clima en este tiempo
de invierno cambia con frecuencia.
Ahora mismo, apenas ha pasado media hora del encuentro
arriba indicado, y el cielo está totalmente gris. El suelo mojado por un
chaparrón recién caído, las gentes caminan por las calles con sus paraguas
abiertos. El sol duerme acurrucado más allá de las nubes bajas y cercanas.
Me asomo a la ventana: Veo a una persona que
lleva un paraguas blanco abierto, a otra con un paraguas negro también abierto, una tercera, con un paraguas
a rayas. Ahora mismo un señor camina a pelo, otra señora abre su paraguas azul,
una madre camina con su hijo a toda prisa, un joven avanzada por la plaza a
grandes zancadas.
Más paraguas, más lluvia. De repente, un claro
en el cielo. No creo tarde mucho en salir el sol. En este instante sale. Ahora entiendo
lo de la visera y el paraguas. Ahora entiendo el dicho: “la experiencia es
maestre de la vida”.
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