jueves, 25 de marzo de 2010


Quinta Semana de Cuaresma
VIERNES
San Juan 10, 31-42

Los judíos cogieron de nuevo piedras para lapidarle. Jesús les replicó:
—Os he mostrado muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de estas obras queréis lapidarme?
—No queremos lapidarte por obra buena alguna sino por blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios —le respondieron los judíos.
Jesús les contestó:
—¿No está escrito en vuestra Ley: Yo dije: Sois dioses ? Si llamó dioses a aquellos a quienes se dirigió la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, ¿a quien el Padre santificó y envió al mundo, decís vosotros que blasfema porque dije que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre.
Intentaban entonces prenderlo otra vez, pero se escapó de sus manos. Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y allí se quedó. Y muchos acudieron a él y decían:
—Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan dijo de él era verdad.
Y muchos allí creyeron en él.

Los judíos se habían ido enfureciendo. Tu doctrina no se ajustaba a sus creencias. Por eso, al fin, decidieron tratarte como un enemigo, un blasfemo, un usurpador que quería hacerse pasar por Hijo de Dios. Y para ello, “agarraron piedras para apedrearte”.

Tú les dijiste: Os he enseñado una doctrina nueva, sí, pero hermosa; he realizado milagros ante vuestros ojos, de acuerdo; os he hecho ver cosas buenas por encargo de mi Padre, ciertamente; ¿por cuál de estas cosas me queréis apedrear? Decídmelo, ¿por cuál de ellas?

Dijeron: “no te queremos “apedrear” por una obra buena, sino por una blasfemia: porque Tú, siendo hombre, te haces Dios”.
La cosa era clara: Tú eras para ellos un hombre como los demás: sabían que te cansabas; que sentías sed; que necesitabas dormir. Es más, te veían como hombre judío, con unas facciones concretas, con larga barba, con ojos negros, con faz morena. Y, Tú, sin embargo, decías que eras Hijo de Dios.
¡Misterio!

A sus argumentos replicaste: Atended a lo que está escrito: la Escritura llama dioses a los que recibieron la Palabra de Dios (y la Escritura no puede fallar), pues yo he sido enviado por Dios como Mesías, como Salvador. ¿No estáis viendo las obras que hago? ¿No estáis palpando una nueva doctrina y unos nuevos modos? ¿sí o no? Si las hago, creed en ellas. Creed que el Padre está en Mi y Yo en el Padre. Haced ese esfuerzo: sed humildes.

Pero los judíos estaban ciegos: No veían más que con los ojos de la cara. Les faltaba la visión de la fe. A tal llegó su enfado que intentaron detenerte. Mas Tú, Señor, te escabulliste de sus manos. Te marchaste al otro lado del Jordán: al lugar donde antes Juan había bautizado, y te quedaste allí, sereno, paciente.

Algunos acudieron a Ti y te dijeron: Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan había dicho de Ti era verdad.

Y muchos creyeron en Ti, Señor. Nosotros también creemos.