GRATIAS,
TIBI, DEUS,
El ascensor
es un lugar de constantes encuentros. Pueden pasar años sin que tengamos ocasión
de visitar el hogar de nuestros vecinos más cercanos, pero el ascensor nos
presta la ocasión de hablar con ellos, de comentar nuestras cosas.
Ayer, sin
ir más lejos, coincidí en el ascensor con una vecina a la que hacia un tiempo
que no le veía. Como siempre, una de las preguntas socorridas, si es que no se
habla del tiempo, es preguntar por la familia.
Así lo hice.
Pregunté por su marido. Me dijo que se había
jubilado; que estaba aburrido; que le estaba costando hacerse a esta
nueva vida. “Hoy -siguió-, ha bajado al pueblo. Es un escape
para él”.
Traté de
darle pistas con las que poder organizar el tiempo, por si le podían servir
de orientación. Me lo agradeció, amablemente, la señora. Con éstas, la vecina había llegado a la
meta. Fue, por lo tanto, una conversación breve, sencilla.
Más tarde, ya solo, pensé: ¡Qué suerte tener cosas que hacer! ¡Qué maravilla
saber emplear el tiempo! Y como fluye el agua de un manantial, así, mansamente, brotó de mi
corazón esta jaculatoria: “Gratias tibi, Deus, gratias tibi”.