A VECES,
BASTA SABER ESCUCHAR
Caminaba
despacio. Iba, la mañana estaba fría, bien abrigado. En la cabeza una gorra
visera color gris. En la mano derecha un paraguas negro y en la otra, un bastón
tostado. Era un buen amigo con el que hablo cuando nos encontramos por la calle.
Iba unos
metros delante de mi. Agilicé el paso y le di alcance. Le di un suave
golpecillo en la espalda, mientras le decía: “Buenos días nos de Dios”. Me
respondió con un agradecido: “Buenos días”. Y enseguida añadió: ¿No sabe? Me
han operado la semana pasada. Y me contó lo sucedido.
Cómo, un día,
fue a recoger unas recetas. Al llegar al Ambulatorio le dijo a la enfermera que
sentía un dolor muy fuerte. Y la enfermera le dijo: Conviene le vea el médico
dentro de tres o cuatro días. Y cómo mi buen amigo le respondió que no podía
esperar. Y cómo la enfermera le aconsejó fuera inmediatamente a urgencias.
Y fue a urgencias.
Y el médico de urgencias le dijo: Prepárese. Llame a su familia. De inmediato le
vamos a llevar al Hospital. Y le llevaron. A las cuatro horas estaba operado.
Yo le
escuché con atención. Luego le pregunté que tal estaba. Me dijo: Estoy muy
bien. Espero recuperarme pronto. Deseo volver de nuevo a Misa.
Y aunque yo
le vi bastante más delgado, le deseé lo mejor. Me dio un apretón de manos y me
agradeció satisfecho el que le hubiera escuchado. Por eso digo: “Que a veces, basta saber escuchar”.