LLAMAR
A LOS DEMÁS
POR SU
NOMBRE
Me llamaron al despacho. “Un señor en silla
de ruedas, le espera”, me dijeron. Salí de inmediato. Allí, en medio del templo,
estaba un señor en una silla de ruedas. Un poco más atrás se encontraba un
joven sentado en un banco. En el lado contrario, se hallaba una señora que me dijo: “Este señor
le busca”.
Me acerqué hasta donde estaba el señor de la silla de ruedas. Aquel señor
era conocido mío, desde hace más de cuarenta años. Pero cosas de la vida, no pude
saludarle por su nombre, porque su nombre no me venía a la cabeza.
Así, sin poderme dirigir a este señor por su
nombre, comenzamos a hablar. Me contó como pudo, pues habla con dificultad, algunos
de los avatares de su vida actual. Mientras le escuchaba estaba, un tanto
inquieto, trataba de acordarme de su
nombre. Me costó un tiempo, pero al final, con satisfacción mía, me vino su
nombre a la cabeza.
Y pronuncié su nombré. Al oírlo, el señor de
la silla de ruedas, se emocionó y se llenaron de lágrimas sus ojos. Agradeció
con gestos, más que con palabras, el detalle de haberle saludado por su nombre.
Y es que el nombre es la persona.
Hablamos un rato más y al despedirnos, volví a llamarle por su nombre y el hombre de la silla de ruedas volvió a emocionarse. Dirigido
por el joven colombiano, se marchó, no sin antes agradecerme de nuevo mi
atención.