jueves, 19 de febrero de 2015

VIEJOS ESCRITOS

Y ME HABLÓ LA MADERA

Yo había tenido ocasión de conocer, de oídas, a unos y a otros. Pero hasta este momento, todos habían pasado de largo. Quizás me habían echado una mirada, entre curiosa e interesada, pero nada más. Buenas palabras, pero hechos nada.

En esta ocasión, la cosa fue distinta. Llegaron tres personas de cierta edad en compañía del dueño de la serrería. Dos de ellos eran, por su aspescto externo, frailes. Uno espigado y el otro regordete. Llevaban hábito de estameña parda, cordones a la cintura y pies descalzos. El otro, vestía de distinta manera: calzón verde, blusa negra y un gorro de lana en la cabeza. Su aspecto era jovial. Tenía ojos negros, pelo castaño y barba espesa. Y con ellos, como digo, mi amo. Mi amo presumía de ser buen comedor y buen bebedor, pero sin pasarse. Y, sobre todo, buen conocedor de maderas. Le conocían como el “Cuentista”, no sé si por que realizaba muchos negocios y por lo tanto  tenía que realizar muchas cuentas o por que era muy dicharachero y parlanchín. Siempre vestía de pana y siempre también calzaba botas de cuero. Sus manos eran gordas, sus mofletes sonrosados y su nariz chata.
PARA ESCUCHAR