Y ME HABLÓ LA MADERA
Yo
había tenido ocasión de conocer, de oídas, a unos y a otros. Pero hasta este
momento, todos habían pasado de largo. Quizás me habían echado una mirada,
entre curiosa e interesada, pero nada más. Buenas palabras, pero hechos nada.
En
esta ocasión, la cosa fue distinta. Llegaron tres personas de cierta edad en
compañía del dueño de la
serrería. Dos de ellos eran, por su aspescto externo,
frailes. Uno espigado y el otro regordete. Llevaban hábito de estameña parda,
cordones a la cintura y pies descalzos. El otro, vestía de distinta manera:
calzón verde, blusa negra y un gorro de lana en la cabeza. Su aspecto era
jovial. Tenía ojos negros, pelo castaño y barba espesa. Y con ellos, como digo,
mi amo. Mi amo presumía de ser buen comedor y buen bebedor, pero sin pasarse.
Y, sobre todo, buen conocedor de maderas. Le conocían como el “Cuentista”, no
sé si por que realizaba muchos negocios y por lo tanto tenía que realizar muchas cuentas o por que
era muy dicharachero y parlanchín. Siempre vestía de pana y siempre también
calzaba botas de cuero. Sus manos eran gordas, sus mofletes sonrosados y su
nariz chata.
PARA ESCUCHAR