Y LLEGÓ EL PRIMER LUNES
El lunes era el día de extender encima de la
mesa el material y empezar a desarrollar el programa que tenía en la cabeza:
ordenar papeles que durante el año se me habían amontonado, iniciar el esquema
de catequesis de adultos para el próximo curso y repasar algunas notas sobre
informática.
Empecé por los papeles. Utilicé una cama como
campo de acción. Allí extendí mis
papelajos y con paciencia los fue agrupando por materias y fechas. Para la hora
del almuerzo había hecho un buen avance. Seguiría los días siguientes.
Este día colocamos una hermosa mesa en el
patio y las sillas a juego con la misma. Entre la cocina y el comedor la mesa
del patio. En las horas de sombra, sobre todo a las tardes, se estaba allí divinamente.
Un breve siesta, rezo de vísperas y poco después,
como todos los días a la Iglesia. La Iglesia estaba fresquecita, había que protegerse
con un chaquetilla para no enfriarse. Pero estaba allí muy bien. Se podía decir,
como San Pedro, “quien bien se está aquí”, “hagamos aquí tres tiendas”.
El consabido paseo, la espera para la cena y
la partida de cartas cerraban el día. Se dormía “a la pata la
llana”. Solo las "campanadas" del reloj de la torre, rompían el silencio de la noche.
PARA VER Y ESCUCHAR