Cada domingo, de hace un tiempo acá, aparece
un mendigo a la puerta de nuestra Parroquia. Es un hombre
conocido en el barrio, por varias razones: por su presencia entre nosotros, por
algunos hechos menos edificantes, y, sobre todo, por un gesto positivo que le
hizo popular y que le llevó a las páginas de algunos periódicos.
Pues bien, ayer domingo, volvía a estar a las
puertas de nuestro templo. Procura abrir las puertas a los que
llegan y extiende su mano pordiosera, rogando algunas monedas que pueda paliar la
situación por la que atraviesa.
Días antes, un enfermo, que había acudido a
hablar conmigo, me dio dos euros para que se los entregara a este pobre. Le
dije que cumpliría sus deseos. Y ha sido hoy, último domingo de febrero, poco
antes de comenzar la Misa de las 11:30, cuando cumplí mi compromiso.
Pero como no quería hacerlo personalmente, cuando
los padres e hijos entraban en el templo, me fijé en un chaval de once años. Le
llamé y deposité en su mano los dos euros, mientras le decía: “Entrega estos
dos euros al pobre que está en la puerta”.
El chaval abrió los ojos, mientras abría su mano.
Tomó los dos euros y salió rápido a dárselos al pobre. De inmediato pasó a la Iglesia.
Yo le pregunté: “¿Qué te ha dicho”? Me ha dicho, dijo el chaval sin pestañear: “Muchas
gracias”. Y corriendo se dirigió a donde estaban sus padres.
Seguro que este gesto le habrá servido de
lección al chico. A mí, me ha servido. Espero te sirva a ti. Ojalá que al
pobre de la puerta también le haya servido.