sábado, 16 de octubre de 2010

una viuda que solía decirle...
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 1-8

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://maps.google.com/

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -- Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."  Y el Señor respondió: -- Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Decíamos el domingo pasado que la fe es un don de Dios; que la fe es un regalo que Dios nos entrega gratuitamente para nuestra salvación; que había que pedir al Señor que nos aumente la fe.

La Palabra de Dios de este domingo, nos recuerda que debemos ser hombres y mujeres de oración; que la oración, fundamentada en la fe, debe ser constante, totalmente confiada, perseverante; que debemos orar sin desfallecer.

Tres son los ejemplos de vida de fe y de oración nos ofrece la Palabra de Dios de este domingo. De distinto rango y formación, pero los tres, claro ejemplo para nosotros.

El primero, nos lo ofrece la primera lectura: se trata de Moisés, orando en la cima del monte, con los brazos abiertos y empuñando el bastón.

El segundo, nos lo presenta San Pablo, en la segunda lectura, se trata de su discípulo Timoteo, que preparado para el encuentro con la fe de Cristo por su abuela Loide y su madre Eunice, dos entrañables y piadosas mujeres hebreas, llega a ser un hombre de fe y modelo de oración constante y confiada.

El tercer ejemplo, el mismo Jesús nos lo propone, en el evangelio que acabamos de proclamar, como modelo de oración constante, de súplica reiterada; se trata de la viuda que no deja de pedir al juez negligente hasta que éste le hace justicia y le concede lo que le pide.

Con estos ejemplos nos enseña la Palabra de Dios que la fe y perseverancia en la oración, obtiene siempre lo que pide, lo que ruega.

Ahora bien, para rezar auténticamente, para conseguir lo que se pide hay que tener una fe fuerte, como la tuvo Moisés, como la tuvo Timoteo, como la tuvo la viuda del evangelio; y, a la vez, un abandono confiado en Dios, como se expresa en los salmos y cánticos bíblicos, como lo expresa la oración más perfecta de todas: el Padre Nuestro.

Por tanto, fe en Dios y oración. La fe y la oración se relacionan e influyen mutuamente.

Quien deja de orar va dejando al mismo tiempo de confiar en Dios en cada circunstancia de la vida y se va quedando solo; y el don sobrenatural de la fe, fuerte quizás en otro tiempo, es sepultado por una nueva visión de la vida meramente humana o materialista. Y al final, quizás antes de lo esperado, “se vive, como nos advierte constantemente el Papa Benedicto XVI, como si Dios no existiera”.

Por otra parte, cuanto más fe tenemos, más acudimos a Dios. La fe es la causa de la oración. Acabamos de verlo en los 33 mineros chilenos. Porque tenían fe rezaron y porque rezaron no perdieron la fe.

Queridos hermanos, levantemos en alto nuestros brazos, como lo hizo Moisés, y pidamos cuanto necesitemos; conservemos la fe recibida de nuestros mayores, como Timoteo, y seamos siempre fieles a Dios; oremos como la viuda del Evangelio hasta alcanzar lo que pedimos.

Que Santa María, nuestra Madre, que creyó y oró como nadie, nos conceda la gracia de ser hombres y mujeres de fe; hombres y mujeres rezadores. Así sea.