lunes, 26 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 13, 36-43

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.iglesiadeasturias.org/

Entonces, después de despedir a las multitudes, entró en la casa. Y se acercaron sus discípulos y le dijeron: —Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Él les respondió: —El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Del mismo modo que se reúne la cizaña y se quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad, y los arrojarán en el horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que oiga.

Había sido aquel un día de mucha actividad. Gentes y más gentes llegadas de lejos hasta Ti. Unos para pedirte un favor, otros para implorar una ayuda; quienes a escuchar tu palabra; otros a esperar algún milagro de tus manos. Lo cierto es que llegaban hasta Ti, multitudes. La jornada había sido intensa. Al terminar, Te despediste de ellos.

Y al quedar Tú solo con tus discípulos, entraste en la casa a comentar con “los tuyos” algunas de las realidades vividas durante el día, a descasar un poco; a reponer fuerzas. Aunque a veces ni tus discípulos te dejaban descansar. Se acercaron y te pidieron les explicases un poco más la parábola de la cizaña, querían entenderlo mejor. Te habían escuchado pero algo no acababan de entender.

Tú, Señor, no pusiste ninguna traba, antes al contrario, de in-mediato comenzaste a explicarles la parábola de la cizaña. Y les hablaste del sembrador y la semilla; del campo y la cizaña; del momento de sembrar y también de recoger; de selección del grano bueno y la separación del fruto inútil; del triunfo y de la derrota.

Y les hablaste de Ti mismo como sembrador, y de tu palabra como simiente, y del mundo como campo; y del diablo como el enemigo; y de la cosecha y de la selección; de los ángeles como enviados del Padre, del terror y del fuego, de la vida eterna y del final sin premio, del llanto y del dolor.

Y añadiste: “el que tenga oídos, que oiga”. Poco después, os sentasteis a la mesa, y tras cantar o recitar algún salmo, comenzasteis a comer. Entre bocado y bocado todavía escucharías alguna pregunta, para aclarar alguna duda, para remachar alguna idea. Quizás así anduvisteis hasta entrada la noche.

Ahora cuando han pasado tantos años y en el campo de la Iglesia sigue existiendo la cizaña, las malas hierbas, necesitamos, Señor, que envíes a tus ángeles para que nos ayuden a separar y a distinguir, para ver las cosas claras.