»Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus Sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino que será el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre.
Una vez más, enviaste a tus Apóstoles a predicar la Buena Nueva. Iban como ovejas en medio de lobos. Por eso quizás, Señor, les advertiste que, para que fuera eficaz su labor, deberían ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas; y que deberían guardarse de los hombres.
Les advertiste, además, con cariño y con claridad, que, más pronto que tarde, serían entregados a los tribunales, que en ocasiones serían azotados en sus Sinagogas, que algunos serían llevados a los gobernantes y reyes..., y que todos deberían estar prestos a dar testimonio público de que eran tus seguidores, tus discípulos.
Quizás, Señor, al oír estas cosas, más de uno mostraría extrañeza en su rostro e inquietud en su espíritu. Pero Tú, Señor, les quisiste apaciguar diciendo: estad tranquilos, que yo saldré en vuestra defensa; hablaré por vosotros; y me pondré en vuestro lugar; y hasta “el Espíritu de vuestro Padre estará con vosotros”.
Y, tras la promesa de tu ayuda, les dijiste: “el hermano entregará a su hermano, el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerlos morir. Y todos os odiarán mucho por mi nombre. Aunque, eso sí, el que persevere hasta el fin, ese se salvará”. Nuevas caras de extrañeza, nuevos rostros de estupor. Pero también aceptación de todas tus palabras.
Y como había que comenzar: ir a una ciudad y a otra; y luego a otras, y otras más, la tarea era inmensa, añadiste: “en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”.