viernes, 23 de enero de 2015

VIEJOS ESCRITOS

Y ME HABLÓ LA MADERA
Poco después vi cruzar un jabalí cerca de nosotros. Se trataba de una cría por lo asustado que cruzó y por el tamaño. Los jóvenes quisieron seguirlo pero desistieron de ello, al perder de inmediato la pista. Ni siquiera el perro que nos acompañaba se dignó ladrarle.
Estos imprevistos -que se fueron repitiendo varias veces- ayudaba a mis compañeros a descansar y a tomar de nuevo fuerzas, para seguir el trayecto.
Así las cosas, casi sin darnos cuenta nos encontramos en el claro del camino. Atrás habían quedado las dificultades mayores y los imprevistos. Ahora bastaba seguir la ruta trazada. El camino era de tierra con algunos tramos cubiertos de hierba, lo que hacía que el pisar de los bueyes fuera más suave.

Hasta llegar a la meta restaban cuatro o cinco quilómetros. Como la primera etapa había sido dura, decidieron dar suelta a los animales. Para ello aprovecharon un lugar rodeado de árboles y de hierba. 

Desengancharon los bueyes que de inmediato comenzaron a pastar. Mientras, los cuatro hombres repusieron también sus desgatadas fuerzas de toda aquella jornada, dando buen recado a unos trozos de lomo curado que llevaban en viejas fiambreras de latón. Y como el vino se les iba acabando, decidieron que los tragos fueran más cortos y menos frecuentes. Tras la comida, echaron, a turnos, una soñada que nos le vino nada mal”.
PARA ESCUCHAR